viernes, 9 de diciembre de 2016

El disparatado currículo de filosofía en la LOMCE


“Cuanto más libre se deja al capitalismo más daño hace a los seres humanos”… "La inhumanidad del capitalismo es inevitable, porque mercantiliza el trabajo y la naturaleza, y por tanto una dimensión del ser humano" (Juan Torres, Economía para no dejarse engañar por los economistas).

E
l currículo de cualquier materia es siempre susceptible de comentarios críticos, de acuerdo con quien lo valore desde su concepción personal y profesional. Todos los currículos han sido redactados en un tiempo récord. El de la materia de filosofía ha contado con el más absoluto secretismo acerca de sus posibles responsables intelectuales, aunque ha sido de toda evidencia el desinterés de los legisladores por poner en valor esta materia. Creo que no han atendido más que a sus propios intereses ideológicos, lo que no les ha impedido hacer de la filosofía todo un comodín para justificar aspiraciones espurias, como podrá verse, si se leen con cuidado sus propuestas. Ahora que se ha formado una Subcomisión de la Comisión de Educación para elaborar en el plazo de seis meses un Pacto Social y Político por la Educación, que sustituirá a la LOMCE, puede ser un buen momento para plantear algún aspecto concreto, pero sustancial, del contenido del currículo de Filosofía de Bachillerato. No puede faltar el escepticismo, dado que las bases empleadas para su diseño son absolutamente rechazables y deberían ser eliminadas, aunque algo se podrá hacer, a pesar de todo. 

El espantajo conseguido es completamente coherente con las ’ideas’ que nos venden y que nos obligan a transmitir al alumnado, que los legisladores parecen considerar muy maleable, igual que el mismo profesorado, que deberá adaptarse a la empresa educativa y  ser capaz de vender el producto en el mercado. No se olvide que hay que rendir cuentas por parte de profesores, estudiantes y Centros.
[www.purnas.com]
Algún periódico de Madrid se ha sorprendido muy favorablemente, y con cierto morbo, al constatar que el currículo de filosofía considera nada menos que a un autor como el británico Richard Dawkins, promotor de una campaña atea ("Probablemente Dios no exista. Así que deja de preocuparte y disfruta de la vida") en autobuses urbanos de Londres, Madrid y Barcelona, entre otras ciudades, y que el cardenal Rouco calificó de no aceptable, abuso de libertad y hasta de blasfemia. Ahora bien, esto no es ninguna garantía de actualidad en un currículo en el que hay, igualmente, tanto filósofos clásicos como del siglo XX y hasta del actual siglo XXI, e incluso de la historia de la literatura. Demasiados autores, probablemente, de los que no sólo hay que analizar textos breves y significativos, sino también "las funciones y evolución del pensamiento filosófico" (1. 4) de otros. Los autores quedan fijados, prescritos y convertidos en niveles o patrones para el aprendizaje.

La corona de la unidad doce

E
n cambio, hay una unidad, la 12 y última, en la que no aparece ningún autor y es, sin duda, la más insólita de todas: "La función de la filosofía en el mundo empresarial y organizativo". Es la que corona el currículo y da una idea clara de la concepción de la Filosofía de quienes lo han elaborado. Hagamos una incursión en esta precisa unidad. Algunos se preguntarán, incrédulos, a qué viene esto. A mí me parece que se trata de una conclusión coherente del currículo, dada la fundamentación que pretende la LOMCE. Para mostrar esto lo mejor es acudir al preámbulo de la misma ley.
[www.agapea.com]
La introducción a la ley reconoce el talento de los jóvenes, que hay que desarrollar, y sus capacidades para competir, afrontar desafíos y abrir "las puertas a puestos de trabajo de alta cualificación" (Preámbulo, I). Además, hay que poner la educación en el centro de la economía, y simplificar el currículo para transformar el sistema educativo (Preámbulo, IX). Al alumnado se le pide "participación efectiva en los procesos... económicos" (Preámbulo, III), porque hay que formar personas "emprendedoras e innovadoras" (Preámbulo, IV). Estas son las nuevas exigencias de los sistemas educativos.

Produce sonrojo volver después de estos principios a la afirmación de que hace falta una reforma "que huye de los debates ideológicos que han dificultado el avance en los últimos años" (Preámbulo, V). Se trata de la "incorporación al mercado laboral con las suficientes garantías" (Preámbulo, V), sin que sea un lastre para la competitividad. En definitiva, la LOMCE se propone, entre otras cosas, "mejorar la empleabilidad y estimular el espíritu emprendedor de los estudiantes" (Preámbulo, VI). (‘Empleabilidad’ es el nuevo concepto, que se refiere a la capacidad potencial de un individuo de ser llamado por un empresa para ofrecerle un puesto de trabajo, como experiencia, competencia, adaptabilidad al puesto, habilidad para transmitir mensajes al mercado, manejar recursos tecnológicos, conocer idiomas, tener iniciativas, estar dispuesto a viajar, etc.)

Con estos mimbres se comprenderá que la filosofía cabe muy difícilmente en este marco, por lo que casi habría que agradecer que no la hayan eliminado por completo. Ya que no se han atrevido a tanto, no queda más que adaptarla a la situación presente con la suficiente valentía. Allá van sin cortarse un pelo, proponiendo un conjunto de barbaridades que parecen cómicas y son trágicas. ¿A qué sapiente inteligencia emocional se le habrá ocurrido tal secuencia?

De entrada, en los Criterios de evaluación piden que se apliquen todas las disciplinas filosóficas al ámbito empresarial (Criterios 12. 1) y que se conozca “el modo de preguntar radical y mayéutico de la metafísica para diseñar una idea empresarial” (Criterios, 12.2). Por ejemplo, las habilidades gnoseológicas se emplearán para "conocer y comprender la empresa como un todo" (Criterios, 12. 2). La Teoría del conocimiento, la lógica y la epistemología, para introducir racionalidad en el proyecto empresarial (Criterios, 12. 3). Las habilidades metafísicas y lógicas, para eliminar caos y desconexión, dando sentido a las partes. La Estética filosófica, para un plan de marketing. Hasta los cambios de paradigma se refieren, amén del sistema de valores de la empresa.
[www.tercercamin o.com]
En los Estándares de aprendizaje se establece el estilo filosófico como "base de la dirección y formación de una empresa" (Estándares, 12. 2), el decálogo de valores que regirá el mundo empresarial, o diseñar un proyecto de empresa mediante los "mecanismos de la metafísica, la lógica, la epistemología y la teoría del conocimiento" (Estándares, 12. 5). Así que todas las estrategias que la filosofía ha empleado siempre para buscar la verdad quedan ahora a la disposición del mercado. ¡Qué horror! Y quien no se lo crea que lea los contenidos curriculares y procure no enloquecer en el empeño. Los contenidos filosóficos se utilizan para servir a intereses puramente económicos. Basta con ir a la historia de la tradición filosofía para confirmar que esto no se ha hecho nunca con la filosofía por la sencilla razón de que no pertenece a su esencia. En todo caso, cabe proponer un análisis crítico de los sistemas económicos occidentales y de la (in)justicia social o los déficits varios en que pueden concluir, así como los derechos humanos que enmascaran. En cambio, lo que se hace es introducir el neoliberalismo más tosco con expresiones de apariencia filosófica que no engañan a nadie. Y todo esto se estructura políticamente desde mayorías absolutas que lo irán imponiendo.

Se trata de un atrevimiento fruto de la ignorancia más crasa y de la más completa manipulación de la dignidad de la filosofía. Con estos ataques tan burdos se condena al averno seguro a una materia de tradición secular. Sus redactores son auténticos cafres intelectuales de una arrogancia nunca vista. Es una imposición política, apoyándose en los votos que democráticamente han obtenido en un aprovechamiento torticero del gobierno del pueblo. En la idea general de precarizarlo todo no se podía hacer excepciones, la filosofía también, desde luego. Alguna editorial de libros de textos ha prescindido de este tema, pidiendo al profesorado que supla tal deficiencia.

Julián Arroyo Pomeda



martes, 6 de diciembre de 2016

Ciudadanía, un proyecto para la diversidad


 “El republicanismo es el principio político de la separación del poder ejecutivo–gobierno- y del poder legislativo. El despotismo es el principio del gobierno del Estado por leyes que el propio gobernante ha dado...” (Kant, La paz perpetua).

C
uando sale el tema de la diversidad cultural en las conversaciones entre profesores, no es raro oír que no entienden qué nos sorprende tanto. Al fin y al cabo, diferencias hemos tenido siempre en las aulas, los niveles culturales se hacen evidentes curso tras curso. Todos nos hemos arreglado siempre para superar las dificultades que esto implica.
Cuenta la gente mayor que lo que sí tenía mérito era contemplar el trabajo cotidiano de los maestros en clases unitarias, en las que uno sólo enseñaba a 60 ó 70 estudiantes de todas las edades y con bases muy distintas. Además, la única enseñanza que recibían era la de la escuela del pueblo en el que vivían: no había otra. No hablemos de las condiciones para impartirla, porque muestra con rotundidad que cualquier tiempo pasado fue realmente peor.
Según esto no son, pues, nuevas, ni de ahora la diversidad y las diferencias. Acaso tienen muchos años ya en su haber. Sin embargo, es en la actualidad cuando se plantea el problema de la diversidad cultural. ¿Es correcto semejante proceder? ¿Las diferencias actuales tienen algo que ver con las anteriores? Cambian los tiempos, qué duda cabe. Sin embargo, las diferencias culturales siempre están de actualidad y el tema interesa. El pasado domingo 4 de Diciembre, sin ir más lejos, dieron en TV1 la película “Perder la razón” (Á perdre la raison, de Joachim Lafosse, en la que tales diferencias se hacen muy vivas y presentes.

1. ¿Poner puertas al campo?

N
o se trata de discutir, si ponemos puertas al campo o no lo hacemos, porque no se puede, sencillamente. El campo en que actualmente nos movemos es el de la diversidad cultural, entre otros.
Siempre hubo movimientos migratorios, es verdad. Hoy, en cambio, parece que la emigración se está convirtiendo en un fenómeno universal con el que hay que contar, quiérase o no. Nuestras sociedades han dejado de reflejar un solo color, encontrando hoy en ellas una gama de colores cada vez mayor.
Contemplar algunas cifras y porcentajes de inmigración iluminará la perspectiva de análisis. Aunque los porcentajes no sean todavía excesivos, sí son bastantes los emigrantes, constituyendo ya una realidad de población con cuya diversidad hay que contar necesariamente, porque no existen tantas puertas como para cubrir todo el campo. Veamos un primer gráfico, que tomo solamente como muestra, sin discutir la validez o la actualidad de los resultados.
[www.eleconomista.es]
A simple vista, observamos que la población extranjera se aproxima en nuestro país a los cuatro millones y medio, lo que podría haber sido sobrepasado. Además, se notan diferencias considerables entre las Comunidades hay unas que absorben cerca de 1.050.000 personas, mientras que otras tienen muy pocas. También ocurre que algunas casi la duplican, mientras que otras probablemente no la alcanzarán en mucho tiempo. No se les escaparán a los lectores las razones y las causas del fenómeno, sin duda.
Véase igualmente otro gráfico con los lugares de procedencia. Cabría señalar que, mientras los ciudadanos extranjeros de algunos países vienen para buscar oportunidades y ganarse la vida, otros llegan para pasar la jubilación, atraídos por el clima, el nivel de vida, las gentes del país, su gastronomía y paisajes, etc. Unos quieren disfrutar la propiedad que tienen adquirida, otros vienen con lo puesto, incluso sin un lugar donde vivir y hasta carentes de legalización.
[www.ociolatino.com]
Se da el caso -como está ocurriendo recientemente- que los gobiernos ofrecen a los inmigrantes incentivos económicos para que puedan poner un negocio en su país y regresen a él, pero ocurre frecuentemente que éstos lo rechazan, porque prefieren la seguridad con la que cuentan aquí, a pesar de todas las dificultades que se les echan encima. No sólo no fue posible poner puertas al campo, sino que ni siquiera mediante ofertas económicas se les puede hacer regresar, porque no quieren para ellos ni para su familia las condiciones de vida de las que huyeron.
En otros tiempos los emigrantes que iban a un país lo hacían para adquirir recursos económicos, mediante la dedicación al mayor trabajo posible y ahorrando todo lo que podían, porque su objetivo era volver y situarse en el lugar del que salieron y que permanentemente añoraban. Ahora no sucede así: han venido para quedarse, si obtienen la legalización. Procuran que sus hijos adquieran lo antes posible la nacionalidad y se formen de acuerdo con las normas que sigue en el país de acogida. Vienen con el deseo de permanecer.

2. Todo canto hace pared

C
onsideremos ahora el hecho de que España es uno de los países en los que se da más emigración. No es el momento de analizar los factores que contribuyen a ello, sino de constatar una realidad. Ni los controles marítimos, aéreos y terrestres, ni las expulsiones, ni las leyes de extranjería, ni siquiera los convenios firmados con los gobiernos de los países de donde proceden los flujos parecen disuadir a los que se acercan a nosotros. Resulta angustioso comprobar verano tras verano, con la llegada del buen tiempo, las pésimas condiciones a las que se someten para poder venir.
[www.elpais.es]
Ante semejante situación, el país tiene que recibir a la emigración. Cuando llegan a nuestra sociedad, una de las primeras palabras que aprenden es la de ‘trabajo’, porque ciertamente buscan eso, trabajar para comer y poder vivir. Todavía resulta más difícil la situación al venir con hijos, muchas veces de corta edad, y, en cualquier caso con necesidades de escolarización. El Estado tiene que garantizarles este derecho. Por qué ha de hacerlo, se preguntarán algunos. Por ser el de la educación uno de los derechos básicos. Así quedan recogidos en las escuelas hasta que les llega la edad para poder trabajar.
En este momento se produce un importante fenómeno social: los niños encuentran con los escolares de aquí y conviven con ellos muchas horas al día. Se produce así el contacto con la cultura del país de acogida y, a través del instrumento escolar, también sus padres conocen la forma de vida, las costumbres y los valores de esta su nueva sociedad.
No se puede eludir que la concentración de estudiantes procedentes de la emigración aumenta las dificultades en las escuelas públicas, pero también es cierto que generalmente -con las excepciones que proceda señalar- son bien acogidos y bien tratados. Esto hace que nos encontremos con padres emigrantes agradecidos, cuando ven que a sus hijos se les trata como iguales. Probablemente no ocurra lo mismo con ellos en sus trabajos. Ahora bien, si somos justos, nada se pierde. Cuando se organiza bien el fenómeno de la emigración ganan los centros escolares, que a veces tienen escasez de alumnos por causa del bajo nivel de natalidad. Gana también la caja de la Seguridad Social, pues muchos más trabajadores son lo que cotizan, contribuyendo con sus impuestos al aumento de la riqueza del país.
No puede olvidarse tampoco que los trabajos que consiguen no se encuentran entre los de mayor consideración económica y social. Seamos justos: la mayoría se dedican a aquellos oficios que los autóctonos rechazan expresamente. El dúo nosotros y los otros está necesitado de una conjugación más adecuada. Estos otros no pueden ser excluidos, incluso sin tener en cuenta la idea de la dignidad humana, es que muchas veces se hacen imprescindibles, necesitamos de sus aportaciones. Claro que se dan situaciones hasta de violencia y encontronazos, no lo negaré, pero las fracturas disminuirán cuando se sientan integrados y no excluidos. Cualquier canto hace pared, dice sabiamente el refrán.
Por otra parte, el profesorado se queja de no estar preparado para la diversidad cultural de tantos alumnos como llegan. Las administraciones no pueden echar balones fuera, ni seguir aumentando ratios por ahorrar en sus presupuestos, ni continuar con programas que no pisan la tierra. Reconocer esto es una cosa y otra muy distinta, la falta de compromiso con esta diversidad cultural, porque éste es el mejor camino para aumentar las desigualdades. Hay un principio básico en educación, que es el de la justicia social como ha desarrollado Connell. Podría ser una sencilla compensación a las prácticas de actuación, en las que sólo priman los puros intereses económicos (necesitamos quien nos recoja la fruta y las verduras para que no se pierdan; también necesitamos mano de obra barata  que cultive la tierra de la que después obtenemos el fruto que pondremos en el mercado), o utilitarios (interesa aumentar los niveles demográficos que emplearemos después en nuestro sistema productivo). Nada se pierde, otra vez, y todos salimos ganando.
¿Qué decir de los padres que rechazan matricular a sus hijos en una determinada escuela por estar llena de emigrantes? Esto no es ningún artificio retórico que me esté inventando. A veces hasta parece que se avergüenzan de contarlo y se excusan intercalando expresiones como ¿qué puedo hacer yo?, o mis hijos son lo primero y por encima de todo, y otras similares. Cuando hablamos así procedemos de manera elitista y estamos legitimando las desigualdades en el fondo y en la superficie. ¿Cómo no nos sentimos culpables? ¿Acaso se trata de una cuestión de competencia, que el mercado sacraliza? Claro, es que sólo los que alcancen la excelencia serán los mejores para competir. Los socialmente rechazados son los culpables de la exclusión. ¿Hablan en broma o se están burlando?
Superar la diferencia y promover la diversidad cultural supone implicar activamente a todos los ciudadanos en la comunidad política, gozando de todos los derechos, tanto civiles (fundamentalmente, las libertades) como políticos (de sufragio y representación, especialmente) y sociales (bienestar, seguridad, costumbres y valores). Así se producirá una verdadera integración y se construirá la ciudadanía en una perspectiva más abierta y enriquecedora. Igualmente, el concepto de hombre evolutivamente unidimensional se expandirá en pluridimensionalidades culturales.

3. El horizonte de la diversidad cultural

L
a cultura es uno de los aspectos que caracterizan a los seres humanos. El problema es la denominación "real" que se haga de ella y si se integran en “la cultura” todas las culturas. Cuando la percepción social es la de una hegemonía cultural, las minorías culturales se sienten excluidas, pero tales minorías existen sin ninguna duda.
Por otra parte, ¿es cultura todo lo que hace el hombre, que no sea lo innato e instintivo? En este caso la cultura lo es todo, con lo que se recogería en el concepto cualquiera de las manifestaciones populares. Todo se integraría en el patrimonio cultural de una época o pueblo por igual. Creo que se impone establecer algunos perfiles matizadores. Una cosa es considerar ciertas manifestaciones como mero residuo y otra muy distinta ponerlas en el mismo nivel, considerando que todo es igual, porque, evidentemente no lo es, por más que un determinado elemento pueda resolver una necesidad concreta. El caso de una hierba medicinal, por ejemplo, y una pintura románica no pueden ser vistos como expresiones culturales idénticas. Habrá que analizar críticamente los dos contenidos.
Considerar cultura las manifestaciones exclusivas de una clase social o de una elite puede acabar despreciando o, al menos, minusvalorando otras expresiones minoritarias. Esto sería demasiado restrictivo. Sin embargo, es innegable que cada pueblo vive su existencia de modo distinto y tales formas de vivir van conformando su identidad. En este sentido afirma la declaración de la UNESCO (2001) que "cada individuo debe reconocer no sólo la alteridad en todas sus formas, sino también el carácter plural de su propia identidad distinto de sociedades igualmente plurales". Esto muestra que cada individuo vive social y culturalmente de modos distintos y que la participación en ambas instituciones que es tanto plural como multicultural, lo que no debería sorprender a nadie.
Sin embargo, la cultura no puede presentarse tampoco con un carácter esencialista, sino que se va constituyendo en el transcurso de la historia. Esto es lo que puede explicar que unos aspectos culturales sean más interesantes que otros y por ello solidifican. De aquí viene el reconocimiento de unos, mientras otros se diluyen en el tiempo.
¿Esta variedad cultural y vital puede convivir en una misma sociedad de pertenencia? Necesariamente y esta es la apuesta del interculturalismo. Para lo cual es imprescindible avanzar en la senda de la integración, que ofrece diferentes vías desde el contrato de trabajo a la licencia de residencia con los derechos y deberes que los ciudadanos tienen que cumplir. Bien sea la situación del emigrante transitoria o permanente, la acción en un proyecto común debe ser el referente que cimiente la convivencia y evite cualquier conflictividad. El problema es cómo hacerlo, porque hay dos posturas encontradas, la que mantiene la asimilación de las culturas minoritarias por la dominante y mayoritaria, o la que propone la comunicación entre todas ellas. En todo caso, se trata de integrar en la forma de reconocimiento de la diferencia. Esta es, precisamente, la cuestión candente, es decir, la de aceptar la diversidad.
Precisamente la diversidad está en la entraña misma de la cultura. En este sentido, la cultura se concibe como el instrumento de búsqueda de significados para lo que es necesario interpretar los datos que se van manifestando. Esta es la idea central que propone Geertz (1996). Interpretar implica igualmente comunicación. Ambos elementos suponen que existen aspectos en discusión sobre los que no se ha alcanzado un acuerdo todavía.
La cultura común como instrumento de interpretación de significados no tiene por qué incluir ningún tipo de rechazo. Esta es precisamente la cuestión a plantear, según escribe Lamo de Espinosa (1995:29): "por qué ciertas sociedades generan rasgos de identidad excluyentes de otros rasgos de identidad, por qué eventualmente ciertas prácticas monopolizan la pertenencia al grupo. El problema no es la convivencia, sino el rechazo; no la variedad, sino la fobia hacia lo extraño".

4. ¿Es posible construir la ciudadanía?

P
robablemente casi todos tenemos asumido que la construcción de la ciudadanía es uno de los grandes retos de nuestro tiempo y que en ello está en juego el "choque de las civilizaciones" de Huntington. La cuestión es cómo delimitar un tema que, según Quesada (2008), "parece inagotable" por las razones que no se pueden exponer aquí.
[www.pilarsanchezvicente.es]
En su raíz histórica, la ciudadanía pertenece al universo de la modernidad y fue creada en el ámbito de la Revolución francesa, aunque algunos la hagan remontar a la Grecia clásica. Así hace, por ejemplo Walter (2001), quien refiere que los griegos adquieren identidad bajo un régimen democrático. Recordemos a este respecto las palabras de Pericles: "El nombre de nuestra constitución es democracia... Puesto que no hay prohibición alguna en la vida privada... cada uno de nosotros personalmente desarrolla una personalidad autónoma que acepta con elegante flexibilidad las más diferentes formas de vida".
Siendo cierto lo anterior, la discusión está en el contenido imprescindible que se asigne al concepto de ciudadanía. El texto de Pericles se refiere a dos aspectos importantes, la libertad y la autonomía, pero no son suficientes. La ciudadanía clásica griega afirma la identidad por exclusión de extranjeros y esclavos, aunque vivían y trabajaban en Atenas. Además, no incluye tampoco el lugar que ocupa el ciudadano frente al Estado, lo que hoy se denomina soberanía popular. Por último, no se trata de garantizar solamente la seguridad de la vida privada e individual, sino igualmente la de la pública
[www.flic.kr.com]
Así pues, hay que situar la ciudadanía en la Revolución francesa, que estableció las bases para su creación posterior. Recuérdese el cuadro de David, El juramento de los Horacios, que fue considerado como expresión del juramento de los ciudadanos y su compromiso de defender lo colectivo, poniendo en ello la virtud cívica y todo su heroísmo.
En la actualidad, el proyecto de ciudadanía no puede prescindir de otra característica más: la imprescindible apertura a la diversidad cultural. La totalidad de grupos diferenciados pertenecen a la comunidad política en la que se encuentran (status) y, por ello, participan en los espacios de la esfera pública, ejerciendo las virtudes cívicas. Por tanto, hay que superar los modelos de multiculturalidad y asimilacionismo. El primero acepta a todas las culturas y las respeta, pero cree que deben vivir conforme a sus tradiciones, al margen de cualquier integración posible. En el fondo, margina las diferencias, bajo capa de respetarlas.
El modelo asimilacionista exige de las diversidades que reconozcan la cultura del lugar al que vienen y que se integren de este modo en la cultura mayoritaria. De entrada, les exige aprender la lengua y comprometerse a respetar normas, costumbres y valores. Es decir, asimilarse a la cultura dominante, sin practicar ninguna propia, de lo contrario, quedarán excluidos.
Sólo queda la vía de la interculturalidad. El sentido de pertenencia a una comunidad no exige la renuncia a sus raíces culturales, sino que participen con ellas en la cultura que les acoge. La interconexión y comunicación conducirá al enriquecimiento mutuo y a depurar aspectos y matices deteriorados. Únicamente los iguales cooperan y se solidarizan con lo que sucede.
Todas estas cuestiones forman parte del debate contemporáneo entre las tradiciones liberales, comunitarias y republicanas. Para los liberales ciudadanía incluye las libertades individuales: derechos civiles, como el de expresión, pensamiento, culto y propiedad; derechos políticos, como el sufragio; y derechos sociales, como seguridad y bienestar económico. Un ciudadano es el que tiene reconocidos todos estos derechos. El estudio clásico acerca de esto es el de Marshall (1950). Más tarde, Kymlicka está considerado como un reputado defensor del multiculturalismo.
Para los comunitaristas lo digno de enfatizar es la pertenencia a una comunidad concreta, que tiene unas tradiciones, las cuales proporcionan una identidad social, que aporta la necesaria cohesión.
Los derechos civiles otorgados por el Estado pueden ampliarse o limitarse, según convenga, puesto que se trata de concesiones otorgadas por el poder político. En este caso, las teorías vienen aceptando otros derechos para el ciudadano, como el de las minorías étnicas, el de las mujeres, sexualidad, ecología, juventud, etc. Igualmente pueden restringirse conforme se presenten situaciones sociales emergentes. Así se van limitando los derechos a inmigrar, a elegir la residencia y nacionalidad, etc. Esto lleva, en el debate contemporáneo, a proponer correcciones a las teorías. Este es el caso del italiano Ferrara (2004:4), que pide un "liberalismo corregido". Sucede también que la cohesión social, fundada en la pertenencia a una comunidad particular, tiene el peligro de no atender a intereses más generalizables. Así Rawls (1996) propone su tesis de la justicia como idea universal y cosmopolita, que es un referente para la gestión de la democracia.
La tradición republicana, que se remonta a Aristóteles, Cicerón, Maquiavelo, Rousseau Kant, entre otros, busca que el individuo se identifique con las leyes de la ciudad, porque entonces participará en la empresa común en la que se siente incluido necesariamente. Libertad y autonomía están presentes en la teoría de la ciudadanía republicana, pero con algún importante matiz, que la diferencia. No se trata solamente de que el Estado no interfiera en los mercados para que cada uno se rija por la ley de la competencia, obtenga beneficios y ofrezca calidad al menor costo, optimizando los recursos, con lo que las desigualdades son un hecho legítimo. El republicanismo exige que no exista dominación ni dependencia.
La autonomía se expresa en el autogobierno, ejercido por los ciudadanos participantes bajo leyes iguales para todos. De esta manera la comunidad (no sólo el individuo) controla su destino. Los ciudadanos sirven a lo público, donde la vida humana se realiza plenamente, mediante la práctica de las virtudes cívicas. La ciudadanía es el espacio de realización individual. Lealtad, patriotismo, integración e inclusión en el Estado, que "sólo conoce ciudadanos, no importa de qué nacionalidad" (Arent, 2005:257). Ciudadanos, cuya esencialidad consiste, según Aristóteles en "participar en las funciones judiciales y en el gobierno" (Política, III, 1275a).
Ya no tenemos comunidades homogéneas en las que establecer normas para todos, hoy se impone dialogar con la diversidad de modo de los participantes incluidos deliberen y decidan la propuesta de normas y obligaciones. Así se producirá la cohesión y la integración, porque la pluralidad cultural se sentirá defendida por la pasión y el corazón republicanos. Son muchos los representantes del republicanismo en la actualidad, entre otros Skinner, Pettit, Sunstein, Virola, Habermas, etc.

5. Perplejidad en la esperanza

¿Está hoy la democracia en peligro o su situación crítica es uno de sus factores constitutivos? ¿Cuál es el problema para la construcción de la ciudadanía en el seno de las diversidades culturales? Distintos autores españoles han incidido en este tema. El más reciente es Pérez Díaz, que habla del malestar de la democracia. Fernando Quesada dice que hay un "vaciamiento" de contenidos en la política. Unos años antes, Laporta refirió al "cansancio" de la democracia y Rubio Carracedo se interrogaba sobre el "acomodo" de los políticos. Castell se pronunció abiertamente por el término de "crisis". Esta terminología anuncia, ciertamente, una sintomatología preocupante.
Como quiera que sea, ya no se considera la política como el mejor medio para la realización de la vida y esto era lo que definía la ciudadanía. Estamos en un proceso de cambio, que puede resultar profundo. Los ciudadanos pasan de la política y se dedican a la vida familiar o profesional. Esto es lo que les interesa en vez de la participación política. Tampoco se sienten ya soberanos, ni le encuentran significado a la soberanía popular. Así se va produciendo un adelgazamiento manifiesto de la democracia. La democracia liberal representativa está perdiendo su vigor clásico que la caracterizaba y su fundamento en la defensa de lo público.
Ahora bien, es precisamente en el ámbito público donde puede garantizarse la libertad individual y no viceversa. Vivir en un espacio colectivo libre hace posible disfrutar de su propia libertad a los individuos. En palabras de Skinner (1996:147): "El único camino que lleva a la libertad individual es el sendero del servicio público". Un individuo autónomo lo es únicamente en un ámbito de libertad social con leyes y con una pluralidad de individuos a los que reconoce. Estos son asuntos de ciudadanía. Sólo en una polis autónoma independiente puedo ejercer mi libertad y participar de las decisiones políticas. La pura libertad individual no garantiza la posibilidad de realizar mis propios proyectos.
La democracia tiene que ser, pues, renovada para que pueda ser integrada la diversidad de manera colectiva, mediante la construcción de una ciudadanía que abre abra mecanismos de participación más adecuados. Reconociendo que estas decisiones no son fáciles de tomar, Font (2003) concluye así su ponencia: "ser conscientes de la amplia gama de posibilidades existentes, de que... todo puede ser inventado y de cuáles son los déficits que deberemos afrontar, según cuál haya sido nuestra elección, supone ya un gran paso adelante".
Hay que aprender educación cívica en el espacio escolar. Por todo lo dicho, me parece que es necesario e incluso imprescindible. Quienes la rechazan se están retratando: lo que no quieren es el fortalecimiento de la democracia y la sociedad y civil.

Referencias bibliográficas
Arendt, H. (2005), Ensayos de comprensión 1930-1954. Caparrós, Madrid.
Barber, B. (2000), Un lugar común para todos: cómo fortalecer la democracia y la sociedad civil. Paidós, Barcelona.
Béjar, H. (1999), “El corazón de la república”, en Claves de razón práctica, 91, 37-42.
Besalú, X. (2002), Diversidad cultural y educación. Síntesis, Madrid.
Cornnell, R. W. (1999), Escuelas y justicia social. Morata, Madrid.
Ferrara, A. (2004), “El desafío republicano”, en Claves de razón práctica, 139, 4-12
Font, J. (2003), “¿Más allá de la democracia representativa?”. Ponencia en las II Jornadas de Sociología Política. UNED, Madrid.
Geerts, C. (1996), La interpretación de las culturas. Gedisa, Barcelona.
Huntington, S. P. (1997), El choque de las civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Paidós, Barcelona.
Kymlicka, W. (1996), Ciudadanía multicultural. Paidós, Barcelona.
Laporta, F. J. (2000), “El cansancio de la democracia”, en Claves de razón práctica, 99, 20-25.
Marshall, T. H. y Bottomore, T. (1998), Ciudadanía y clase social. Alianza, Madrid.
Pérez Díaz, V. (2008), El malestar de la democracia. Crítica, Barcelona.
Quesada, F. (2008), Sendas de democracia. Entre la violencia y la globalización. Trotta, Madrid.
Rawls, J. (1996), El liberalismo político. Crítica, Barcelona.
Rubio Carracedo, J. (2000), “¿Cansancio de la democracia o acomodo de los políticos?”, en Claves de razón práctica, 105, 76-82.
Skinner, Q. (1996), “Acerca de la justicia, el bien común y la privacidad de la libertad”, en La política, 1
Tourain, A. (1997), ¿Podemos vivir iguales y diferentes? PPC, Madrid.
UNESCO (2001), Declaración Universal sobre la Diversidad cultural. París
Walzer, M. (2001), Guerra, política y moral. Paidós, Barcelona.

Julián Arroyo Pomeda


sábado, 3 de diciembre de 2016

La enseñanza como profesión moral



La dimensión moral de la educación

L
ópez Aranguren distinguía en su Ética dos aspectos de la moral, que denominó moral como estructura y moral como contenido[1]. Según esto, las acciones humanas se caracterizan por su condición moral, este es su armazón y lo que las sustenta. Si los seres humanos son libres, entonces pueden elegir entre distintas posibilidades u opciones. Para eso necesitan modelos y normas con las que poder comparar una acción determinada y tomar su propia decisión.

La libertad no es arbitraria ni irracional, un puro impulso instintivo, sino que implica actos como deliberar, decidir y ejecutar. Esta secuencia de acciones sólo podrá realizarse por el ser racional, cuando conozca los valores y las normas que le sirven de criterio para una actuación autónoma, es decir, hecha por sí mismo. Claro que se dan impedimentos y distorsiones en la decisión, por eso se requiere lucidez y preparación para no dejarse llevar por los primeros estímulos, que nos bombardean continuamente.

Sólo porque hay una estructura moral puede haber también distintos códigos morales o contenidos que la desarrollen. Esta es la segunda acepción de la moral como contenido. Tal desarrollo no tendrá lugar sin la educación, que posee necesariamente una dimensión moral, que debe ser objeto de tratamiento en la escuela. Tanto es así que la docencia es en sí misma ya una profesión moral:

“La docencia es una profesión moral y ello exige a los educadores cuidar esta dimensión en su acción educadora. Desde esta perspectiva, no se trata de volver de nuevo a cómo plantear la educación moral en las escuelas, sino más bien a conocer cuáles deberían ser las principales virtudes de los docentes mientras desarrollan su trabajo en la escuela. He destacado tres virtudes que son especialmente importantes en la profesión docente: la justicia, la compasión y la responsabilidad. Hemos de ser virtuosos en nuestra actividad docente de la misma manera que hemos de favorecer que nuestros alumnos lo sean también. Aquí se manifiestan de forma clara la grandeza y la exigencia de la tarea de enseñar a las nuevas generaciones”[2].

En cuanto a su condición moral, todo lo que el ser humano hace queda impregnado por la moralidad, que modela su conducta y su vida misma. Aplicando todo esto al profesor en el aula para enseñar a un grupo de alumnos, las actividades docentes repercuten en los aprendizajes inevitablemente. Por eso la acción docente no lleva inherente la neutralidad.

El profesor educa necesariamente a través de la materia que explica. El modo de exponer, el entusiasmo que puede poner en su transmisión, la evaluación de lo que se aprende, el tratamiento a los desiguales, la consideración y respeto que muestra ante las dificultades y problemas, la atención a quienes más lo necesiten, la disciplina que exige, son prácticas morales muchas veces explícitas y no sólo implícitas. Puede decirse, quizás en términos solemnes, que al profesor se le recuerda por su honestidad intelectual. Marchesi se expresa así sobre este tema:

“Son los principios que impulsan el trabajo de enseñar, las metas capaces de dinamizar y de orientar su trabajo, la forma de relacionarse con los demás. Constituyen, posiblemente, el carácter del profesor, su estilo profesional, la manera de establecer relaciones personales con los que le rodean en su trabajo, los motivos que informan su acción”[3].

Algo semejante ocurre con los centros educativos. Todo Centro tiene espacios y contornos visibles a través de los cuales se perciben formas de convivencia y modos de aprendizaje. Mobiliario, tecnologías, recursos y hasta luminosidad en las aulas hacen que quienes las habitan se encuentre bien o se sientan desambientados.

Todo lo dicho conduce a la idea de transversalidad. A la escuela, que es un centro educativo, se viene a aprender y a educarse. Contenidos académicamente valiosos se coimplican con una formación cultural e igualmente con valores educativos y humanos. Uno recuerda a sus maestros, pero también a su escuela y a sus compañeros de aula y de mesa. Y hasta puede tener la sensación de que respira el mismo aire infantil, adolescente y juvenil. Por eso conservar los objetos exactamente como estaban provoca emoción y entusiasmo, como ocurre en algunos de los espacios en que ahora nos encontramos. La escuela educa también transversalmente, porque la educación posee una dimensión moral.

Me parece que no está de más de más recordar esto en los comienzos del siglo XXI, porque la educación es un ejercicio polifónico con cuartetos, pianos a cuatro manos y la compañía de algunos violines. No tiene sentido separar el sistema educativo por niveles, identificando cada uno en sí mismo, sin sus acompañantes básicos imprescindibles. Tampoco es posible la neutralidad y asepsia en educación.

En los institutos se suele pecar de actuaciones puramente individualistas: cada profesor se encarga de su asignatura, que, además, la explica bien, por tener un dominio científico y pedagógico de ella. A esto habría que añadir la imprescindible colaboración de los restantes profesores de un Departamento, en primer lugar. No hacerlo colectivamente implica distorsiones y cortes irrecuperables. Cada uno debe compartir con el resto de colegas la situación de grupo, lo que le falta, sus dificultades, la ayuda que se debe prestar, las conexiones en puntos concretos que permita pasar al nivel superior sin trampas didácticas.

Si esto es necesario desde un punto de vista didáctico, lo es tanto más, si cabe, desde las conductas. En un Instituto educamos todos, y no sólo los equipos directivos, o, de lo contrario, se resienten los valores más elementales.

Los planes de Centro establecen determinados objetivos a conseguir de modo inmediato o a lo largo de un curso. Ni las cosas se alcanzan en un día, ni tampoco sin la colaboración colectiva. Los adolescentes se olvidan de las normas, pierden los documentos que se les entregan y es necesario volver a recordar una y otra vez lo mismo. "Siempre me estás hablando de lo mismo", le dice a Sócrates su interlocutor en uno de los diálogos platónicos. Sin embargo, Sócrates no cree ser un pesado o un reiterativo, sino que sabe que es necesario hacerlo así. Por eso le contesta: "y con las mismas palabras". Así se van internalizando los comportamientos, hasta convertirlos en hábitos, que luego se hace sin ninguna equivocación.
La educación tiene un ritmo lento y no valen los atajos. Sólo al final del camino podrán recogerse sus frutos. Su mayor enemigo es la impaciencia, requiere un temple y una dignidad en el profesorado. Marina sintetiza todo esto en un proverbio africano: "para educar a un niño hace falta la tribu entera". En este caso, hace falta la enseñanza Secundaria completa, con todas sus materias y la totalidad del profesorado que trabaja en el proyecto que han elaborado. Otra solución no es posible.

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Los códigos morales se han ido construyendo culturalmente en la evolución de la sociedad, siendo el resultado de muchos conflictos y también de acuerdos. Tenemos la costumbre de diferenciar entre la moral individual y la social. La primera pertenece a la conciencia personal y es, por eso, privada e intocable. Sólo la actuación moral social tiene que ser controlada por afectar a todos.

El fiscal Eliot Spitzer, que dimitió de su cargo de gobernador de Nueva York persiguió con rigor las conductas relacionadas con la prostitución, por considerar que su deber y su función como fiscal era destruir esas inmoralidades sociales. Después  resultó que él privadamente se servía de una prostituta, Kristen. Unos dicen: deshonró su cargo y ha tenido que pagar por ello dimitiendo del cargo público. Otros le defienden  porque se trata de asuntos de su vida privada y lo hace con su dinero. O sea que es un vicio repudiable en los demás, pero no para mí.

El terrorista suicida que hace estallar el explosivo produciendo un número determinado de muertes lo justifica por sus creencias personales y es elevado a la categoría de mártir por su fe. Ahora bien, ¿cómo se ha producido la "autonomía" personal si no ha sido elaborada en la evolución social, que ha establecido un nuevo valor, el de mártir por sus creencias? Así pues, lo individual y lo social interaccionan y se implican mutuamente. Mi actuación individual -y más en el caso de la educación- tiene una incidencia social innegable, es decir, viene impregnada de moral. La moral función tiene que garantizar las libertades individuales y no viceversa. Por ejemplo, una creencia determinada no puede impedir las actuaciones personales libres, porque en ese caso impide paralelamente la formación de la autonomía personal.

Agentes de socialización

L
a escuela es en la actualidad uno de los principales agentes de socialización, esto es, de moralización, de aquí la importancia que ha de tener la institución educativa pública, que el Estado tiene la obligación de salvaguardar. Anteriormente tales agentes eran otros, pero en la actualidad van perdiendo su influencia o incluso han llegado a abandonar su función.

1) El primero fue la familia. Aquello de que la base de los valores está en la educación que proporciona la familia hay que cuestionarlo hoy. Cuando se mantiene el vínculo familiar, el ritmo de vida impide, muchas veces, la atención debida a los hijos y el ocuparse de ellos. Los padres suelen salir temprano del domicilio familiar y regresar tarde. Entonces los hijos dependen de los abuelos o de una empleada del hogar, ajena, en principio, al mismo. Por eso las pautas de conducta no tienen un seguimiento y producen desorientación. ¿Qué decir de los principios y normas cuando la familia se rompe? Habría que recordar aquí la importancia de políticas sociales relacionadas con la conciliación entre la vida laboral y familiar, que es preciso impulsar y apoyar independientemente de quienes las promulguen.

Lo anterior no puede interpretarse como la renuncia a educar en el entorno más cercano y próximo, que es el mundo familiar cotidiano. Existen posibilidades para hacerlo y, desde luego, responsabilidades de los padres y las madres en este caso. Isabel Carrilllo se pregunta si “es posible educar en valores en familia”[4] y de eso trata el contenido de su libro, que invita a pensarlo y ofrece estrategias para ponerlo en práctica.

2) Otra fue la comunidad local de un pueblo o una ciudad. El trato directo, el conocimiento y la cercanía hacía posible organizar los comportamientos e influir en la vida. La profesión de cada uno establecía los roles rígidamente. Todo se reducía a ejercer el oficio propio y cumplir los debes familiares que son conocidos de todos. Había autoridades civiles, escolares y religiosas para el mantenimiento del orden social, así como lugares de encuentro y ocio. Esto también ha concluido ya.

3) La política y las organizaciones sociales ejercían igualmente en tiempos históricos pasados de agentes moralizadores. La estructura política no es ahora la del mundo clásico griego, ni la medieval, ni la moderna. Hoy todo es macropolítica, en la que sólo algunos participan y se sienten representados. Muchos trabajadores tienen un empleo precario, quedándoles escaso tiempo para contribuir a las actividades sindicales, que pocos perciben como concordantes con sus propios intereses. Cuando con grandes dificultades el trabajo apenas permite vivir o malvivir, ¿cómo se puede percibir entonces como la realización del ser humano o la base de su libertad por las clases sociales, que casi no existen ya?

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4) La religión fue en otros tiempos casi el único agente de moral y reglas de conducta, pero la secularización de la cultura ha disminuido su eficacia práctica, al menos en el mundo europeo. Se rechazan, incluso, las creencias y hasta se hace apostasía de las mismas. Al desaparecer tal orientación de principios morales, el vacío dejado es evidente. "Dios ha muerto", escribió Nietzsche, y el mar está vaciado, el horizonte borrado, la tierra sin sol y "nos absorbe el espacio vacío"[5]. Ahora queda la tarea de la transvaloración para crear nuevos valores. La cuestión es cómo hacerlo en la sociedad en que vivimos.

En todo caso, queda la escuela como encargada de la educación, que "tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad en el respecto a los principios democráticos de convivencia y los derechos y libertades fundamentales" como establece el artículo 27,2 de la Constitución. De todas formas, el espacio de la familia y el de la escuela no pueden estar fragmentados en la educación en valores. Una puede sustituir a la otra, cuando no exista alguna de ellas. Cuantas veces se encuentra en la escuela lo que no hay en la familia, pero también es cierto que la familia reprende, informa y exige respecto a las normas. Por eso están en interrelación mutua con la loable tarea de la educación, que siempre es un valor, según la tesis de Savater[6].

5) En honor a la verdad, hay, además, otros agentes de socialización. En la actualidad el principal es el que se refiere a los medios de comunicación y entre éstos, la Televisión, la Radio e Internet. TV es el de mayor impacto directo: en ella las imágenes presentan los que se consideran ejemplos o modelos de valor, o de contra-valores, según se mire, porque también puede abrir nuevas posibilidades de transformación. La escritora Nuria Amat se expresa así sobre TV como producto de consumo:

“El televisor se ha convertido en un mueble sospechoso. Oculto y mudo como un general sin mando en el centro del desierto”[7]

En la radio aparecen mediante la palabra todos los días, especialmente en las tertulias. Internet es todavía mucho más interactivo y directo: se ve, se escucha, se actúa y uno mismo va creando acciones valorativas. Es, probablemente, el que más influye en adolescentes y jóvenes. A nivel individual, poco se puede hacer en estas tres plataformas, que están al alcance de la mano de cualquiera y con toda facilidad y atractivo. Es verdad que en la escuela cabe analizarlos e interpretar sus contenidos de forma crítica, mostrándolos como realmente son, independientemente de su apariencia tan estimulante. También la familia puede hacer una labor similar, pero es prácticamente imposible evitar su impacto. Por desgracia, los denominados programas-basura son los que más éxito tienen y, por tanto, los que más se ven. Son estos los medios nuevos por excelencia, que, además, tienen bien garantizado su futuro en la revolución tecnológica en la que ahora transcurre nuestra existencia cotidiana.
[blog.fundaciónaulassmart.org]
Educar no es dar instrucciones para que se profese un conjunto de ideas, como hacía en otros tiempos la que se denominaba “doctrina cristiana”, o “doctrina política”, sino de transmitir unos contenidos para pensar sobre ellos y, en su caso, elegirlos y asumirlos de acuerdo con criterios que así lo aconsejen. Esto se aprende, como muestran algunos ejemplos: que la libertad es superior a la esclavitud, que la igualdad es preferible a la desigualdad, que ser solidarios es mejor que excluir, que respetar[8] es antes que despreciar al otro, que los conflictos pueden resolverse con medios pacíficos de diálogo, aclaración de malentendidos y argumentaciones, etc. Son valores pertenecientes a la ética ciudadana, que deben enseñarse en la escuela, aunque para aprenderlos es necesaria la contribución de la familia, de los medios de comunicación y de la política, entre otras instituciones. ¿Dónde se ha dicho que no pueden enseñarse los valores? ¿Cómo vamos a aprenderlos entonces? Desde luego que no se tienen por naturaleza, ni tampoco por favor divino. Según Aristóteles, la virtud es un hábito, a cuya consecución deben dirigirse todos nuestros esfuerzos. Respecto a la virtud, Aristóteles dice todavía más: “no basta saber lo que es; es preciso, además, esforzarse en poseerla y ponerla en práctica, o encontrar cualquier otro medio para hacerse realmente virtuoso y bueno”[9]. Y también: “pues no investigamos para saber qué es la virtud, sino para ser buenos, ya que en otro caso sería totalmente inútil”[10] La justicia sólo puede adquirirse practicando cosas justas, es evidente. Hay que tener criterios para poder elegir bien y que no nos ocurra como al asno, que, según ¿Heráclito, “escogería la paja y dejaría el oro”?[11].

Julián Arroyo Pomeda




[1] L. Aranguren, J. L., Obras completas. Volumen 2: Ética, Primera parte, capítulo 7.
[2] Marchesi, A., “La docencia es una profesión moral”, Revista Internacional Magisterio sobre Educación y Pedagogía, 20 de marzo de 2008. Tomado de OEI. Boletín de novedades 29 de marzo de 2008
[3] Marchesi, A., “La docencia es una profesión moral”, Revista Internacional Magisterio sobre Educación y Pedagogía, 20 de marzo de 2008. Tomado de OEI. Boletín de novedades 29 de marzo de 2008
[4] Carrillo, I., ¿Es posible educar en valores en familia? Graó, Barcelona 2007
[5] Nietzsche, F., El gay saber, libro tercero, parágrafo 125
[6] Savater, F., El valor de educar. Ariel, Barcelona 1997
[7] Véase: Amat, N., Deja que la lluvia llueva sobre mí. Lumen, Barcelona 2008
[8] Véase: Sennett, R., El Respeto. Sobre la dignidad del hombre en un mundo de desigualdad. Anagrama, Barcelona 2003.
[9] Aristóteles, Ética nicomáquea, libro décimo, capítulo diez.
[10] Aristóteles, Ética nicomáquea, libro segundo, capítulo segundo.
[11] Aristóteles, Ética nicomáquea, libro décimo, capítulo quinto.