Estamos en unos momentos
cercanos a la finalización de la
Transición política española. Podría acabar pronto el ciclo de un régimen
bipartidista en el gobierno de España que la transición de la dictadura a la
democracia estableció sin apenas justificación, aunque con la mirada puesta en
los países democráticos europeos y estadounidenses, pero es muy arriesgado
trasplantar situaciones de unos países a otros, como se está visualizando
claramente ahora. Por eso, unos y otros notan el nerviosismo de la conmoción
que podría ocurrir. Querer acabar con la transición es cosa de ignorancia, se
ha dicho, o es necesario reformar la Constitución para no destruirlo todo,
indican otros.
La realidad es que el Estado
español se encuentra inmerso en una situación
de descomposición, que parece ya imparable porque se va hundiendo cada día
un poco más en la corrupción, que tiene como consecuencia la máxima desigualdad
social, sin la sostenibilidad ya de un marco que se hace más permeable por
momentos. Cuando preguntan al ciudadano de a pie qué se podría hacer para
salvarnos, unos optan por la purificación del fuego que lo explosione todo de
golpe y otros se resignan a la impotencia completa. Un desempleo en torno al
24% de la población, con más del 50% en los jóvenes, que el actual gobierno ha
aumentado en sus tres años de mandato y que es incapaz de parar, teniendo el
cinismo de echarnos en la cara que somos los primeros de Europa en la
recuperación económica, como si nos escupiera y se carcajeara en nuestras
barbas miserables. La paciente sociedad
española ya no puede aguantar más.
Se reiteran las proclamas a
cooperar porque podremos salir adelante como otras veces se ha hecho y más
ahora que tenemos la juventud más formada que nunca. Mientras tanto, el sistema educativo no sólo aparece
estancado, sino que retrocede y no
consigue interesar a los educandos por más estándares de aprendizaje que se
establezcan.
Por si fuera poco, a la gran
nación catalana no se la detiene ni con leyes y fiscales, ni con el mazazo de
la soberanía, ni con las proclamas a la unidad. La unidad requiere un proyecto común, que no se ve por ninguna
parte. Unámonos para alcanzar un proyecto futuro, sí, pero ¿dónde está éste?
Tanto nos han bombardeado
con que la transición política fue un verdadero modelo a imitar que se sigue
presentando internacionalmente, de vez en cuando, como digno de exportación.
Pero hace aguas muy potentes que lo están estrellando sin remedio. Y es que sus
bases pretendieron establecer la
democracia política, desde luego, pero manteniendo
el franquismo en todas sus vertientes, puesto que todo quedó "atado y
bien atado". Cerebros y mentes están deformados. Tenemos las testas
resecas, duras y berroqueñas, como ya señalaba Ortega en 1906.
Aquí nunca se hecho justicia a las víctimas de la dictadura franquista,
ni se ha restablecido el legítimo gobierno republicano -al menos moralmente y
con alguna dignidad-, que derrocó violentamente el golpe de estado del 36. Para
nuestra vergüenza ha tenido que ser la jueza argentina, María Servini, la que
ha ordenado, incluso mediante la justicia internacional, que sean detenidos
preventivamente unos 20 acusados por crímenes durante
la dictadura, entre ellos
Martín Villa, que fue ministro de Gobernación con UCD, y Utrera Molina,
ministro de la dictadura y suegro de Alberto Ruiz Gallardón. El primero
reprimió una concentración de trabajadores en Victoria, el 3 marzo 1976, con el
resultado de cinco muertos. El segundo firmó la sentencia de muerte de Puig
Antich, condenado y fusilado en 1974. Ni fueron juzgados tales ‘prohombres’, ni
lo serán. Es más, en España se burlan de las decisiones de Servini. Tampoco
mueve ficha la justicia internacional. Así que votamos la Constitución y
aprobamos los demás acuerdos y los actos perpetrados en el franquismo. Por eso vemos a los que aún quedan de aquel régimen
y a sus descendientes que nos gobiernan todavía.
Mientras pensaba en todo
esto, cayó en mis manos la última gran novela de Rosa Regàs, Música de cámara. Resulta impresionante
esta historia de amor entre Arcadia y Javier, con ideas tan distintas y
estigmas tan marcados por el ambiente opresor de la posguerra, que acaban
haciendo estallar la relación, aunque Regàs nos regale un final abierto --"Serás,
amor, un largo adiós que no se acaba". Es todo un acierto. La narración en
su primera parte alcanza momentos literarios emocionantes, que la segunda,
mucho más breve, culmina con la terminación del exilio definitivo.
Regàs ha declarado esto:
"Parece que ahora nos percatamos de
los múltiples errores de una transición que creímos maravillosa". Ya
sé que se trata de que los lectores visualicen cómo influye en la relación
sentimental vivir en una dictadura, pero el contexto histórico en que se
desarrolla la trama es importante. A mí me parece que el diálogo último de los
dos personajes es algo que Regàs necesitaba decir. Se hizo el tránsito de
manera impecable, es decir, sin exigencia de responsabilidades, ni juicios, ni
desmantelamiento de muchas instituciones, sin resolver delitos de sangre, ni
asesinatos: "No se puede fundar una democracia sobre los rescoldos de una
dictadura", dice Arcadio (página 270). Y se hizo así, exactamente.
Incluso Franco nombró a su
sucesor, el rey Juan Carlos I. Todo se amnistió y nadie hizo ninguna revisión
de esto, incluso socialistas y comunistas, que eran, en su mayoría,
republicanos. No puede limpiarse ya la historia porque todo quedó en las mismas manos de quienes anteriormente lo tenían o
lo usurparon. Estamos inmovilizados, sin poder reaccionar.
La presentación de Barcelona
es magnífica, qué bien conseguida está en la narración.
¿Para qué decir más, cuando
se ha llegado a la más fina justeza? Hay que leer esta novela y alimentar la
valentía de ilusionarse ante el final de un régimen que se acerca con pasos
tranquilos, pero firmes y seguros. Que sea bienvenido y más cuidado, porque, en
la despedida de Javier, se dice que "lo más complicado y difícil no había
hecho más que empezar" (página 317).
Julián Arroyo Pomeda
Ilustraciones: www.frase-la-transicion; www.amnistiapresos; www.elpais14octubre2014; www.elpais14octubre2014; portada de la novela