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cabamos de asistir a un nuevo
espectáculo, que raya en lo ridículo. La Junta Electoral Central tiene que
garantizar la neutralidad política en periodo electoral, sin que nadie haya
discutido esto hasta ahora. Dicha Junta pidió al presidente de la Generalitat la retirada de lazos amarillos por marcar
una opción determinada y partidista. Torra quedó en desacuerdo, pidiendo el
parecer del Sindic de Greuges catalán, y se dispuso a cumplir su recomendación.
El Sindic se pronunció por retirarlos durante el periodo electoral. Parecía que
la cuestión estaba zanjada.
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No fue así, dado que Torra pidió aclaraciones. Pasados unos días más, acabó el plazo de la JEC. Entonces se
produce una solución imaginativa: se coloca encima del lazo amarillo otro lazo
blanco y tachado en rojo con idéntico mensaje de libertad a los presos
políticos y exiliados, hormigas, mariposas amarillas y cosas similares. ¿Se
trata de una burla a la decisión de la JEC? Torra alega que están coartando el derecho a la libertad de expresión.
La respuesta de la Junta es denunciar
ante la Fiscalía la desobediencia a su orden y pedir a la Consejería de
interior de Cataluña que los Mossos retiren los carteles. Antes de acabar el
último plazo dado, son retirados los símbolos del balcón de la Generalidad, sin
que tengan que intervenir los Mossos. Mientras, la fiscal general Segarra
ordena que se interponga querella contra Torra por desobediencia y, en su caso,
que se establezca la responsabilidad penal que se hubiera podido cometer. Por
su parte, Torra se querellará, igualmente, contra la JEC por prevaricación. Las
espadas siguen en lo más alto, todavía.
El espectáculo continúa. Ahora han
sido los lazos amarillos, quién sabe lo que ocurrirá mañana en el caso de que
no se acaten las resoluciones. Alguien acaba de perder una batalla, pero es que
se puede perder, también, la guerra. Mientras tanto, los grandes problemas siguen sin abordarse: el agua, el clima, el
empleo, las empresas que se van, el Parlamento cerrado, los Presupuestos sin
aprobar, entre otros asuntos. Ante un mundo cada vez menos habitable, es muy triste
que alguien quiera inmolarse para convertirse en mártir. Todo esto es absolutamente ridículo y está plagado de irracionalidad.
Continuará.
Julián
Arroyo Pomeda