miércoles, 14 de diciembre de 2016

Adolescencia: desarrollo psicológico e implicaciones en la enseñanza de las materias filosóficas. La adolescencia (I)

No te quedes inmóvil/ al borde del camino/ no congeles el júbilo/
no quieras con desgana/ no te salves ahora/ ni nunca/ no te salves…(Mario Benedetti, “No te salves”, incluido en su libro El amor, las mujeres y la vida, Editorial Sudamericana, 1995).

Planteamiento

E
n el sistema educativo español actual enseñanza básica, obligatoria y gratuita, comprende diez años de escolaridad (de seis a dieciséis) con un primer tramo de Primaria (6 a 12: seis cursos académicos) y la Secundaria obligatoria (de doce a dieciséis: cuatro cursos académicos.

A su vez, la educación Secundaria tiene cuatro cursos de enseñanza básica (12 a 16), más dos cursos de Bachillerato (16 a 18 años) y la formación específica de grado medio con un conjunto de ciclos formativos (a la formación de grado medio se accede con el título de Graduado en Enseñanza Secundaria; a la de grado superior, con el título de Bachillerato en relación con la ley anterior LOE).

Las enseñanzas secundarias y su currículo "han de ajustarse a los condicionamientos de la evolución y del aprendizaje de los alumnos" (Real Decreto 1007/1991, 14 de junio; BOE 26 de junio de 1991, página 21193). El momento evolutivo están entre los doce y los dieciséis años, que se corresponde "con la preadolescencia y la primera adolescencia", indica el Real Decreto citado.

En ellos "se producen importantes cambios fisiológicos, psicológicos y sociales", a los que debe atender la etapa, mediante "los elementos educativos de orden cognitivo, afectivo, social y moral que les permitirán desarrollarse de forma equilibrada e incorporarse a la sociedad con autonomía y responsabilidad" (Real Decreto citado, página 21194).

Desde estas bases cabe plantear el desarrollo psicológico de los adolescentes, puesto que la etapa de enseñanza secundaria comprende prácticamente el período completo de la adolescencia, desde los doce a los dieciocho años. Más en concreto, las materias filosóficas se sitúan entre los quince-dieciséis a dieciocho años.

Ahora que las autoridades de Ministerio de Educación, Cultura y Deportes, con su titular a la cabeza, celebran los resultados del Informe Pisa 2015, referidas a España, en comprensión lectora y matemáticas, arrimando el ascua a su sardina, claro, aunque sea falso, conviene recordar que no respaldan la actual ley de educación LOMCE, sino precisamente a lo anterior LOE del Gobierno de Rodríguez Zapatero, todo hay que decirlo. Se trata de estudiantes de 15 años, que forman parte de la adolescencia como etapa de desarrollo humano.

La adolescencia.

E
l primer investigador y pionero de la adolescencia fue el norteamericano G. S. Hall[1], que ofreció un tratado completo de 1374 páginas, en dos volúmenes, en 1904, con el título Adolescence. Desde entonces los analistas tratan de establecer una definición de la misma, con validez universal.
[www.psococambio.com]
Hay prácticamente acuerdo general en el comienzo, apoyándose en el elemento objetivo de los cambios fisiológicos que se producen en el cuerpo de niños y niñas con la aparición de la pubertad, en torno a los doce-trece años. De aquí que sea costumbre describir la adolescencia como el periodo de transición entre la infancia y la edad adulta. Roy Hopkins[2] subtitula su libro de adolescencia como "años de transición", precisamente. Otros se refieren a su "carácter fronterizo" (Carretero: 1995, págs. 10 y 34)[3].

Existe, en cambio, menos acuerdo en el momento final, que oscila entre los dieciocho-veinte años[4], siendo razonable pensar que cada vez se prolongará más, debido al patrón madurez o estado de adulto en el que el individuo goza de autonomía, también económica, y se vale por sí mismo.

La escolaridad y la entrada en el mundo del trabajo han modificado la consideración de la adolescencia. Hasta la Revolución industrial (segunda mitad del siglo XVIII) los niños carecían de escuela (obligatoria) y el trabajo comenzaba a edades muy tempranas, y a partir de los siete años. A finales del siglo XIX, la industria exigía capacitación y formación para trabajar, por lo que aparece la "escolaridad obligatoria" hasta los catorce años y posteriormente hasta los dieciséis o dieciocho. Esto explica el retraso de la etapa de adolescencia, pues todavía quedan años de bachillerato, formación profesional o universitaria.

Ni siquiera es un término universal la adolescencia, limitándose a las sociedades occidentales. Como pusieron de manifiesto los estudios de M. Mead[5] hay diferencias entre las sociedades primitivas y las modernas, y ni siquiera se dan entre los samoanos las tensiones y angustias psicológicas relacionadas con la emotividad que suele desencadenar la adolescencia. Los datos empíricos no permiten confirmar los conflictos y los trastornos, y demás tópicos sobre la adolescencia, pero, además, se suceden secuencialmente, por lo que no resulta tan difícil ir superándolos. Véase un ejemplo de conducta adolescente socioculturalmente prescrita en las islas Dobu. Allí los jóvenes adolescentes varones no pueden entrar en su casa después de la pubertad, para que cada noche duerman en la casa de una joven soltera, con la condición de salir, sin ser visto antes del amanecer. De este modo extienden sus favores sexuales, lo que sólo terminarán cuando sean atrapados. "El matrimonio se pone en movimiento por un acto hostil de la suegra, al bloquear está con su propio cuerpo la puerta de la casa en la que el joven ha estado durmiendo con su hija. En este momento el joven es atrapado para celebrar la ceremonia pública de los esponsales... El que el joven sea al final atrapado suele deberse a que está ya cansado de vagabundear y a que se ha establecido una relación más constante. De todas maneras, nunca se espera que él esté preparado para soportar las obligaciones del matrimonio y es la vieja bruja, su futura suegra, la que le fuerza a dar el último paso, situándose en la puerta de entrada”[6].

No sólo no es claro su límite final, sino tampoco la etapa como tal, que algunos dudan de que exista. En este sentido escribe Kaplan: "Entre los momentos finales de la infancia y la futura adulterio de se encuentra esa época ambigua de la vida que llamamos adolescencia. En contraste con la objetiva claridad de una palabra como ‘pubertad’ -la condición biológica de haber adquirido madurez genital y la capacidad funcional de reproducirse- el término ‘adolescencia’ engloba todas las incertidumbres con optativas del crecimiento emocional y social. Hay poca discusión sobre la existencia de la pubertad. Incluso los expertos que cuestionan la existencia de la adolescencia concuerdan en que, por regla general, las niñas llegan a la pubertad entre los catorce y los dieciséis años y los varones entre los quince y los diecisiete, en ambos casos con uno o dos años de margen. La adolescencia, en cambio, es un concepto ampliamente debatido. Aceptando que realmente existan -cosa que no todos admiten- puede tener cualquier duración, desde una semana hasta los diez años que abarca, aproximadamente, en las sociedades occidentales contemporáneos"[7]
[www.abc.es]
Parece que en lo sucesivo la adolescencia seguirá siendo cada vez más larga: "ha ganado terreno a la infancia por una parte y a la madurez por otra"[8]. Incluso algunos creen que la posmodernidad propone a la adolescencia como paradigma social. Estéticamente el modelo de belleza es lo adolescente, por lo que se trata de serlo mientras se pueda, empleando toda suerte de medios para prolongar la eterna juventud, incluida su música, sus bailes, su forma de hablar, los comportamientos y referencias, etc. Pinillos la percibe como un modo de ser: "cabe sospechar que en las postrimerías de la modernidad la adolescencia ha dejado o está dejando de ser una etapa del ciclo vital para convertirse en un modo de ser que amenaza con envolver a la totalidad del cuerpo social"[9]. Y Fienkielkraut la ve como un fenómeno social: "La batalla ha sido violenta, pero lo que hoy se denomina comunicación demuestra que el hemisferio no verbal ha acabado por vencer, el clip ha dominado a la conversación, la sociedad ‘ha acabado por volverse adolescente’"[10].  Dolto habla de ella incluso como institución: "Antes de 1939, la adolescencia era contada por los escritores como una crisis subjetiva: uno se rebela contra los padres y las obligaciones de la sociedad, en tanto que, a su vez, sueña con llegar a ser rápidamente un adulto para hacer como ellos. Después de 1950, la adolescencia ya no es considerada como una crisis, sino como un estado. Es en cierto modo institucionalizada como una experiencia filosófica, un paso obligado de la conciencia"[11]. Qué lejos queda entonces su sentido etimológico. Adolescere en latín significaba "ir creciendo" o "convertirse en adulto” (adultum es el participio). En este sentido Stone y Church la conceptualizan como "persona en crecimiento" (growing person).

Como muestra de la complejidad del tema se encuentran analistas de la adolescencia que distinguen en ella tres y cinco estadios, como Sullivan y Bloss[12]. En todo caso, se trata de una etapa importante de la vida en la que se va adquiriendo la personalidad mediante la resolución de temas claves como la identidad, el sistema de valores, la autonomía e independencia de los adultos o la toma de decisiones sobre lo que se pretende ser en la vida. Por eso es necesario contemplarla con gran atención.

La adolescencia no parece un curso natural de desarrollo humano, sino una construcción social e histórica. Desde esta tesis pueden ser valoradas las teorías sobre la etapa. Porque el problema principal es el de establecer una teoría que explique los datos empíricos disponibles. En general, se han organizado las teorías en tres grupos. El primero tiene una línea biológica, considerándola como una fase natural y universal del desarrollo de los seres humanos. El segundo, una línea cultural para explicar la personalidad y la evolución de las sociedades. El tercero, una línea histórica y cultural. Las dos últimas son las más aceptadas, encontrándose superada la primera. Igualmente, es muy probable que la asunción de responsabilidades individuales y sociales sea la base de la maduración y el desarrollo personal. Por eso la introducción progresiva de responsabilidades reales y concretas no es sólo un hecho educativo sino que también es necesario e imprescindible.
Así puede superarse la situación sentida por los adolescentes de ser adultos biológicamente, aunque socialmente no se considere esa madurez.

Julián Arroyo Pomeda




[1] Hall, G. S., Adolescence. Its psychology and its relations to Physiology, Sociology, Sex, Crime, Religion and Education. 2 vols. New York, Appleton-Century-Crofts 1904.
[2] Roy Hopkins, J., Adolescencia. Años de transición. Pirámide, Madrid 1987.
[3] Carretero, M., Palacios, J. Y Marchesi, A., (Compiladores), Psicología evolutiva. 3. Adolescencia, madurez y senectud. Alianza, Madrid 1995.
[4] Stone, L. J. y Church, J., El adolescente de 13 a 20 años. Paidós, B. Aires 1968.
[5] Mead, M., Coming of Age in Samoa. W. Morrow and Co., N. Y. 1928.
Mead, M., “Adolescence in primitive and in modern society”, en Maccoby, Newcomb y Hartley (edits), Readins in social psychology. Holt, N. Y. 1958.
[6] Tomado de Roy Hopkins, p. 288.
[7] Kaplan, L., Adolescencia. El adiós a la infancia. Pianos, Buenos Aires 1991, p. 23.
[8] Aries, P., Centuries of childhood: A social history of the family. Randon House, N. Y. 1962, p. 20.
[9] Pinillos, J. L., “La adolescencia en las postrimerías de la modernidad”, en Psicopatología 10. Madrid 1990.
[10] Finkielkraut, A., La derrota del pensamiento. Anagrama, Barcelona 1999, p. 128.
[11] Dolto, F., La causa de los adolescentes. Seix Barral, Barcelona 1990, p. 45.
[12] Sullivan, H. S., “An interpersonal approach to adolescence”, en Guardo, C. J. (Dir), The adolescent as individual: issues and insights. Harper and Row, N. Y. 1975.
Bloss, P., On adolescent: a psychoanalytic interpretation. The Free Press, Glencoe 1962

domingo, 11 de diciembre de 2016

El problema de la justificación de los valores


¿

Cómo justificar los enunciados normativos? Se trata de enunciados que no describen cómo son las cosas: cómo razonar, refle­xionar, pensar; sino que prescriben cómo deben ser: cómo hay que razonar, pensar, proceder, etc. En ellos hay, pues, referencia, a valores, normas, leyes, es decir, al mundo ético. Su problema es carecer de una base empírica, apoyada en hechos. Hay un abismo entre hechos y valores, o entre lo normativo y lo empírico.

Hasta no hace mucho se creía en un referente de fundamen­tación absoluta. Ahora, que no se suele aceptar esto, sólo queda: a) fundamentarlos en hechos (lo que no es posible), b) mante­nerlos en un discreto relativismo o escepticismo. Sin embargo existe todavía una tercera posición, su remisión al consenso social.

Un planteamiento similar puede aplicarse al orden político. Es el tema de la legitimación. Sólo cuando un orden político es legítimo, es decir, justo, razonable, garantizador del bien común, los ciudadanos creen en la institución y la obedecen. Importa, pues, el modo de legitimarlo.
[mediafamily.psico]
Que no existe un único principio (trascendente, si se quiere) lo prueba la realidad del conflicto de valores, que permite, por otra parte, la libertad de elegir y la necesidad de hacerlo. Ahora bien, cuando yo elijo, mi posición tampoco puede ser absoluta (es limitada) y, por tanto, tengo que contar con las otras posturas que me interpelan. Ante un conflicto no superable hay que tomar posi­ción. Esto no sucede en la vida cotidiana, no se piensa en ella en la existencia de valores hostiles. Para Weber, es necesario “tomar conciencia de tales antagonismos y de comprender que toda acción indivi­dual y, en último término, la vida entera -a condi­ción de que no fluya como un fenómeno de la natura­leza, sino que sea llevada con plena consciencia- no constituye más que una cadena de decisiones últimas gracias a las cuales el alma escoge su propio desti­no, al igual que en Platón"[1] .

La concepción tradicional carece de fuerza a partir de lo que Weber denomina el desencanto del mundo (Entzauberung der Welt). El mundo no se encuentra ya ocupado por lo sacro, que ha sido expulsado de él para introducir el capital y lo material, en general, que es ahora totalmente profano. Los seres humanos están, pues, desencantados y tienen que vivir en medio de la burocracia y las técnicas, las cuales han profanado las raíces sagradas del mundo. Algunos acuden ahora al relativismo cultural o etnocentrismo: una acción es válida cuando coincide con los valores de la comunidad con la que me identifico, Rorty entra en esta posición: tenemos que justificarnos ante el grupo social al que pertenecemos y en virtud del cual podemos decir ‘nosotros’: “Por tanto, la identificación kantiana con una conciencia transcultural y ahistórica es sustituida por una identificación cuasi-hegeliana con nuestra comunidad, entendida como un producto histórico. Para la teoría social pragmática la cuestión de si la justificabilidad ante la comunidad con la que nos identificamos supone verdad, es simplemente irrelevante"[2] .

También los hechos invalidan tal posición, pues se siguen produciendo en una misma comunidad conflictos de valores, que Rorty resuelve remitiendo a márgenes de tolerancia y a la sana libertad individual, claro. Así pues, es necesario buscar un criterio racional para analizar las legitimaciones existentes, que tendrá que ser resultante de un proceso histórico y, además, no debe tomarse a la ligera, como reconoce el propio Rorty: "fomentar la ligereza en torno a viejos tópicos filosóficos tradicionales tiene el mismo objetivo que el adoptar una actitud ligera con respecto de cuestiones teológicas tradicionales. […] esa superficialidad filosófica y esa ligereza contribuyen al desencanto del mundo. Ayuda a que los habitantes del mundo sean más pragmáticos, más tolerantes, más receptivos a las demandas de la racionalidad instrumental"[3].

En una concepción individualista del poder político, éste se orienta a intereses particulares, lo que es difícil­mente justificable como capacidad de individuos aislados; ahora bien, un poder dirigido a realizar fines sociales y colectivos y a garantizar un orden social más justo sí es posible de legitimar.
[www.libertyk.com]
Ahora se presenta la legitimidad en un mundo desencantado. La civiliza­ción occidental consiste en un conjunto de fenómenos cultura­les sin punto de retorno: "El hijo del mundo cultural europeo moderno que se pro­ponga abordar los problemas de la historia universal, inevitable y justificadamente tendrá que considerar esta problemática del siguiente modo: ¿Qué serie de circuns­tancias han conducido a que en Occidente, y sólo aquí, hayan surgido fenómenos culturales en los cuales existe (por lo menos así nos gustaría representárnoslo) una dirección de desarrollo con significado y validez univer­sal?"[4].
Occidente representa, entre otros fenómenos, la ciencia, el derecho, la organización (capitalista) de la economía, la literatura, el Estado. Todo esto supone un nuevo proceso de racionalización posterior al desencanto del mundo. Irrumpe un politeísmo de valores, produciéndose la crisis a todos los niveles. ¿Es posible una nueva justificación desde principios universales, que sin apelar a lo trascendente organice inter­namente la vida social y que sean aceptados por el sujeto racional? Este es el reto: la racionalidad posmetafísica.

Es posible una justificación escéptica del universa­lismo (escéptica: cuentan las demás posturas, al no ser la mía absoluta) en la que nos apoyemos para decidir proyectos de vida buena, contando con las consecuencias (ética de la res­ponsabilidad) que se seguirán de mis acciones, desde el marco de los imperativos (ética de las convicciones). Las conviccio­nes no marcan la decisión correcta en las diversas circunstan­cias, siendo uno mismo el que opta entre los valores en pugna: "Tenemos que ver con claridad que toda acción puede ajustarse a dos máximas fundamentalmente distintas entre sí e irremediablemente opuestas: puede orien­tarse conforme a la 'ética de la convicción' o con­forme a la 'ética de la responsabilidad' [gesin­nungsethish oder verantwortungsethish]. […] hay una diferencia abismal entre obrar según la máxima de una ética de la convicción, tal como la que ordena (religiosamente hablando) 'el cristiano obra bien y deja el resultado en manos de Dios' o según una máxima de la ética de la responsa­bilidad, como la que ordena tener en cuenta las consecuencias previsibles de la propia acción"[5].

No tiene sentido recurrir al neocontractualismo, pues pactos y consensos podrán legitimar un derecho, pero no determinar su contenido. Tampoco al relativismo, pues los valores culturales no se identifican con la universalidad. Hay que convivir con la pluralidad (las pretensiones absolutistas de la razón la sacrifican), pero hay imperativos éticos que transcienden los contextos particula­res.
[www.josearnedo.com]
Puede aceptarse que los juicios de valor se basan en una decisión (no en una verdad), pero requieren la crítica racio­nal que los modifique y corrija desde la pluralidad: “los ideales supremos que más nos conmueven, sólo se manifiestan en todo tiempo gra­cias a la lucha con otros ideales, los cuales son tan sagrados como los nuestros"[6].

Sin la crítica racional, la decisión podría ser un simple sentimiento y los valores no son sentimientos porque no care­cen de objetividad: “el conocimiento de su verdadero sentido constituye, por el contrario, la premisa de todas las discusiones útiles de este tipo. Presuponen simplemente la compren­sión de la posibilidad de valoraciones últimas, que en principio ofrecen una divergencia inconciliable. Porque no sólo 'comprenderlo todo' significa 'perdonarlo todo', como tampoco la simple comprensión del punto de vista del contrario conduce a aprobarla, sino que nos conduce con la misma facilidad, y a menudo con mayor probabilidad, a darnos cuenta de la imposibilidad de un mutuo acuerdo, de la causa y del punto que lo impide"[7].

Julián Arroyo Pomeda





[1] Ensayos meto­dológicos. Barcelona, Península 1984, pp. 71-2)
[2] "La prima­cía de la democracia frente a la filosofía", Sociológica. Revista de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapot­zalco, 2,3 (1986-7), p.107)
[3] Ib., p. 125
[4] Weber, M., Gesammelte Aufsätze zur Religionssoziolo­gie, I. Tubinga, J.C.B. Mohr, 978, p. I
[5] Weber, M., "La política como vocación", en El político y el científico. Madrid, Alianza 1981, pp. 163-4
[6] Weber, M., La acción social: Ensayos metodológicos. Barcelona, Península 1984, pp. 121-2
[7] Weber, M., La acción ..., pp. 66-7

viernes, 9 de diciembre de 2016

El disparatado currículo de filosofía en la LOMCE


“Cuanto más libre se deja al capitalismo más daño hace a los seres humanos”… "La inhumanidad del capitalismo es inevitable, porque mercantiliza el trabajo y la naturaleza, y por tanto una dimensión del ser humano" (Juan Torres, Economía para no dejarse engañar por los economistas).

E
l currículo de cualquier materia es siempre susceptible de comentarios críticos, de acuerdo con quien lo valore desde su concepción personal y profesional. Todos los currículos han sido redactados en un tiempo récord. El de la materia de filosofía ha contado con el más absoluto secretismo acerca de sus posibles responsables intelectuales, aunque ha sido de toda evidencia el desinterés de los legisladores por poner en valor esta materia. Creo que no han atendido más que a sus propios intereses ideológicos, lo que no les ha impedido hacer de la filosofía todo un comodín para justificar aspiraciones espurias, como podrá verse, si se leen con cuidado sus propuestas. Ahora que se ha formado una Subcomisión de la Comisión de Educación para elaborar en el plazo de seis meses un Pacto Social y Político por la Educación, que sustituirá a la LOMCE, puede ser un buen momento para plantear algún aspecto concreto, pero sustancial, del contenido del currículo de Filosofía de Bachillerato. No puede faltar el escepticismo, dado que las bases empleadas para su diseño son absolutamente rechazables y deberían ser eliminadas, aunque algo se podrá hacer, a pesar de todo. 

El espantajo conseguido es completamente coherente con las ’ideas’ que nos venden y que nos obligan a transmitir al alumnado, que los legisladores parecen considerar muy maleable, igual que el mismo profesorado, que deberá adaptarse a la empresa educativa y  ser capaz de vender el producto en el mercado. No se olvide que hay que rendir cuentas por parte de profesores, estudiantes y Centros.
[www.purnas.com]
Algún periódico de Madrid se ha sorprendido muy favorablemente, y con cierto morbo, al constatar que el currículo de filosofía considera nada menos que a un autor como el británico Richard Dawkins, promotor de una campaña atea ("Probablemente Dios no exista. Así que deja de preocuparte y disfruta de la vida") en autobuses urbanos de Londres, Madrid y Barcelona, entre otras ciudades, y que el cardenal Rouco calificó de no aceptable, abuso de libertad y hasta de blasfemia. Ahora bien, esto no es ninguna garantía de actualidad en un currículo en el que hay, igualmente, tanto filósofos clásicos como del siglo XX y hasta del actual siglo XXI, e incluso de la historia de la literatura. Demasiados autores, probablemente, de los que no sólo hay que analizar textos breves y significativos, sino también "las funciones y evolución del pensamiento filosófico" (1. 4) de otros. Los autores quedan fijados, prescritos y convertidos en niveles o patrones para el aprendizaje.

La corona de la unidad doce

E
n cambio, hay una unidad, la 12 y última, en la que no aparece ningún autor y es, sin duda, la más insólita de todas: "La función de la filosofía en el mundo empresarial y organizativo". Es la que corona el currículo y da una idea clara de la concepción de la Filosofía de quienes lo han elaborado. Hagamos una incursión en esta precisa unidad. Algunos se preguntarán, incrédulos, a qué viene esto. A mí me parece que se trata de una conclusión coherente del currículo, dada la fundamentación que pretende la LOMCE. Para mostrar esto lo mejor es acudir al preámbulo de la misma ley.
[www.agapea.com]
La introducción a la ley reconoce el talento de los jóvenes, que hay que desarrollar, y sus capacidades para competir, afrontar desafíos y abrir "las puertas a puestos de trabajo de alta cualificación" (Preámbulo, I). Además, hay que poner la educación en el centro de la economía, y simplificar el currículo para transformar el sistema educativo (Preámbulo, IX). Al alumnado se le pide "participación efectiva en los procesos... económicos" (Preámbulo, III), porque hay que formar personas "emprendedoras e innovadoras" (Preámbulo, IV). Estas son las nuevas exigencias de los sistemas educativos.

Produce sonrojo volver después de estos principios a la afirmación de que hace falta una reforma "que huye de los debates ideológicos que han dificultado el avance en los últimos años" (Preámbulo, V). Se trata de la "incorporación al mercado laboral con las suficientes garantías" (Preámbulo, V), sin que sea un lastre para la competitividad. En definitiva, la LOMCE se propone, entre otras cosas, "mejorar la empleabilidad y estimular el espíritu emprendedor de los estudiantes" (Preámbulo, VI). (‘Empleabilidad’ es el nuevo concepto, que se refiere a la capacidad potencial de un individuo de ser llamado por un empresa para ofrecerle un puesto de trabajo, como experiencia, competencia, adaptabilidad al puesto, habilidad para transmitir mensajes al mercado, manejar recursos tecnológicos, conocer idiomas, tener iniciativas, estar dispuesto a viajar, etc.)

Con estos mimbres se comprenderá que la filosofía cabe muy difícilmente en este marco, por lo que casi habría que agradecer que no la hayan eliminado por completo. Ya que no se han atrevido a tanto, no queda más que adaptarla a la situación presente con la suficiente valentía. Allá van sin cortarse un pelo, proponiendo un conjunto de barbaridades que parecen cómicas y son trágicas. ¿A qué sapiente inteligencia emocional se le habrá ocurrido tal secuencia?

De entrada, en los Criterios de evaluación piden que se apliquen todas las disciplinas filosóficas al ámbito empresarial (Criterios 12. 1) y que se conozca “el modo de preguntar radical y mayéutico de la metafísica para diseñar una idea empresarial” (Criterios, 12.2). Por ejemplo, las habilidades gnoseológicas se emplearán para "conocer y comprender la empresa como un todo" (Criterios, 12. 2). La Teoría del conocimiento, la lógica y la epistemología, para introducir racionalidad en el proyecto empresarial (Criterios, 12. 3). Las habilidades metafísicas y lógicas, para eliminar caos y desconexión, dando sentido a las partes. La Estética filosófica, para un plan de marketing. Hasta los cambios de paradigma se refieren, amén del sistema de valores de la empresa.
[www.tercercamin o.com]
En los Estándares de aprendizaje se establece el estilo filosófico como "base de la dirección y formación de una empresa" (Estándares, 12. 2), el decálogo de valores que regirá el mundo empresarial, o diseñar un proyecto de empresa mediante los "mecanismos de la metafísica, la lógica, la epistemología y la teoría del conocimiento" (Estándares, 12. 5). Así que todas las estrategias que la filosofía ha empleado siempre para buscar la verdad quedan ahora a la disposición del mercado. ¡Qué horror! Y quien no se lo crea que lea los contenidos curriculares y procure no enloquecer en el empeño. Los contenidos filosóficos se utilizan para servir a intereses puramente económicos. Basta con ir a la historia de la tradición filosofía para confirmar que esto no se ha hecho nunca con la filosofía por la sencilla razón de que no pertenece a su esencia. En todo caso, cabe proponer un análisis crítico de los sistemas económicos occidentales y de la (in)justicia social o los déficits varios en que pueden concluir, así como los derechos humanos que enmascaran. En cambio, lo que se hace es introducir el neoliberalismo más tosco con expresiones de apariencia filosófica que no engañan a nadie. Y todo esto se estructura políticamente desde mayorías absolutas que lo irán imponiendo.

Se trata de un atrevimiento fruto de la ignorancia más crasa y de la más completa manipulación de la dignidad de la filosofía. Con estos ataques tan burdos se condena al averno seguro a una materia de tradición secular. Sus redactores son auténticos cafres intelectuales de una arrogancia nunca vista. Es una imposición política, apoyándose en los votos que democráticamente han obtenido en un aprovechamiento torticero del gobierno del pueblo. En la idea general de precarizarlo todo no se podía hacer excepciones, la filosofía también, desde luego. Alguna editorial de libros de textos ha prescindido de este tema, pidiendo al profesorado que supla tal deficiencia.

Julián Arroyo Pomeda



martes, 6 de diciembre de 2016

Ciudadanía, un proyecto para la diversidad


 “El republicanismo es el principio político de la separación del poder ejecutivo–gobierno- y del poder legislativo. El despotismo es el principio del gobierno del Estado por leyes que el propio gobernante ha dado...” (Kant, La paz perpetua).

C
uando sale el tema de la diversidad cultural en las conversaciones entre profesores, no es raro oír que no entienden qué nos sorprende tanto. Al fin y al cabo, diferencias hemos tenido siempre en las aulas, los niveles culturales se hacen evidentes curso tras curso. Todos nos hemos arreglado siempre para superar las dificultades que esto implica.
Cuenta la gente mayor que lo que sí tenía mérito era contemplar el trabajo cotidiano de los maestros en clases unitarias, en las que uno sólo enseñaba a 60 ó 70 estudiantes de todas las edades y con bases muy distintas. Además, la única enseñanza que recibían era la de la escuela del pueblo en el que vivían: no había otra. No hablemos de las condiciones para impartirla, porque muestra con rotundidad que cualquier tiempo pasado fue realmente peor.
Según esto no son, pues, nuevas, ni de ahora la diversidad y las diferencias. Acaso tienen muchos años ya en su haber. Sin embargo, es en la actualidad cuando se plantea el problema de la diversidad cultural. ¿Es correcto semejante proceder? ¿Las diferencias actuales tienen algo que ver con las anteriores? Cambian los tiempos, qué duda cabe. Sin embargo, las diferencias culturales siempre están de actualidad y el tema interesa. El pasado domingo 4 de Diciembre, sin ir más lejos, dieron en TV1 la película “Perder la razón” (Á perdre la raison, de Joachim Lafosse, en la que tales diferencias se hacen muy vivas y presentes.

1. ¿Poner puertas al campo?

N
o se trata de discutir, si ponemos puertas al campo o no lo hacemos, porque no se puede, sencillamente. El campo en que actualmente nos movemos es el de la diversidad cultural, entre otros.
Siempre hubo movimientos migratorios, es verdad. Hoy, en cambio, parece que la emigración se está convirtiendo en un fenómeno universal con el que hay que contar, quiérase o no. Nuestras sociedades han dejado de reflejar un solo color, encontrando hoy en ellas una gama de colores cada vez mayor.
Contemplar algunas cifras y porcentajes de inmigración iluminará la perspectiva de análisis. Aunque los porcentajes no sean todavía excesivos, sí son bastantes los emigrantes, constituyendo ya una realidad de población con cuya diversidad hay que contar necesariamente, porque no existen tantas puertas como para cubrir todo el campo. Veamos un primer gráfico, que tomo solamente como muestra, sin discutir la validez o la actualidad de los resultados.
[www.eleconomista.es]
A simple vista, observamos que la población extranjera se aproxima en nuestro país a los cuatro millones y medio, lo que podría haber sido sobrepasado. Además, se notan diferencias considerables entre las Comunidades hay unas que absorben cerca de 1.050.000 personas, mientras que otras tienen muy pocas. También ocurre que algunas casi la duplican, mientras que otras probablemente no la alcanzarán en mucho tiempo. No se les escaparán a los lectores las razones y las causas del fenómeno, sin duda.
Véase igualmente otro gráfico con los lugares de procedencia. Cabría señalar que, mientras los ciudadanos extranjeros de algunos países vienen para buscar oportunidades y ganarse la vida, otros llegan para pasar la jubilación, atraídos por el clima, el nivel de vida, las gentes del país, su gastronomía y paisajes, etc. Unos quieren disfrutar la propiedad que tienen adquirida, otros vienen con lo puesto, incluso sin un lugar donde vivir y hasta carentes de legalización.
[www.ociolatino.com]
Se da el caso -como está ocurriendo recientemente- que los gobiernos ofrecen a los inmigrantes incentivos económicos para que puedan poner un negocio en su país y regresen a él, pero ocurre frecuentemente que éstos lo rechazan, porque prefieren la seguridad con la que cuentan aquí, a pesar de todas las dificultades que se les echan encima. No sólo no fue posible poner puertas al campo, sino que ni siquiera mediante ofertas económicas se les puede hacer regresar, porque no quieren para ellos ni para su familia las condiciones de vida de las que huyeron.
En otros tiempos los emigrantes que iban a un país lo hacían para adquirir recursos económicos, mediante la dedicación al mayor trabajo posible y ahorrando todo lo que podían, porque su objetivo era volver y situarse en el lugar del que salieron y que permanentemente añoraban. Ahora no sucede así: han venido para quedarse, si obtienen la legalización. Procuran que sus hijos adquieran lo antes posible la nacionalidad y se formen de acuerdo con las normas que sigue en el país de acogida. Vienen con el deseo de permanecer.

2. Todo canto hace pared

C
onsideremos ahora el hecho de que España es uno de los países en los que se da más emigración. No es el momento de analizar los factores que contribuyen a ello, sino de constatar una realidad. Ni los controles marítimos, aéreos y terrestres, ni las expulsiones, ni las leyes de extranjería, ni siquiera los convenios firmados con los gobiernos de los países de donde proceden los flujos parecen disuadir a los que se acercan a nosotros. Resulta angustioso comprobar verano tras verano, con la llegada del buen tiempo, las pésimas condiciones a las que se someten para poder venir.
[www.elpais.es]
Ante semejante situación, el país tiene que recibir a la emigración. Cuando llegan a nuestra sociedad, una de las primeras palabras que aprenden es la de ‘trabajo’, porque ciertamente buscan eso, trabajar para comer y poder vivir. Todavía resulta más difícil la situación al venir con hijos, muchas veces de corta edad, y, en cualquier caso con necesidades de escolarización. El Estado tiene que garantizarles este derecho. Por qué ha de hacerlo, se preguntarán algunos. Por ser el de la educación uno de los derechos básicos. Así quedan recogidos en las escuelas hasta que les llega la edad para poder trabajar.
En este momento se produce un importante fenómeno social: los niños encuentran con los escolares de aquí y conviven con ellos muchas horas al día. Se produce así el contacto con la cultura del país de acogida y, a través del instrumento escolar, también sus padres conocen la forma de vida, las costumbres y los valores de esta su nueva sociedad.
No se puede eludir que la concentración de estudiantes procedentes de la emigración aumenta las dificultades en las escuelas públicas, pero también es cierto que generalmente -con las excepciones que proceda señalar- son bien acogidos y bien tratados. Esto hace que nos encontremos con padres emigrantes agradecidos, cuando ven que a sus hijos se les trata como iguales. Probablemente no ocurra lo mismo con ellos en sus trabajos. Ahora bien, si somos justos, nada se pierde. Cuando se organiza bien el fenómeno de la emigración ganan los centros escolares, que a veces tienen escasez de alumnos por causa del bajo nivel de natalidad. Gana también la caja de la Seguridad Social, pues muchos más trabajadores son lo que cotizan, contribuyendo con sus impuestos al aumento de la riqueza del país.
No puede olvidarse tampoco que los trabajos que consiguen no se encuentran entre los de mayor consideración económica y social. Seamos justos: la mayoría se dedican a aquellos oficios que los autóctonos rechazan expresamente. El dúo nosotros y los otros está necesitado de una conjugación más adecuada. Estos otros no pueden ser excluidos, incluso sin tener en cuenta la idea de la dignidad humana, es que muchas veces se hacen imprescindibles, necesitamos de sus aportaciones. Claro que se dan situaciones hasta de violencia y encontronazos, no lo negaré, pero las fracturas disminuirán cuando se sientan integrados y no excluidos. Cualquier canto hace pared, dice sabiamente el refrán.
Por otra parte, el profesorado se queja de no estar preparado para la diversidad cultural de tantos alumnos como llegan. Las administraciones no pueden echar balones fuera, ni seguir aumentando ratios por ahorrar en sus presupuestos, ni continuar con programas que no pisan la tierra. Reconocer esto es una cosa y otra muy distinta, la falta de compromiso con esta diversidad cultural, porque éste es el mejor camino para aumentar las desigualdades. Hay un principio básico en educación, que es el de la justicia social como ha desarrollado Connell. Podría ser una sencilla compensación a las prácticas de actuación, en las que sólo priman los puros intereses económicos (necesitamos quien nos recoja la fruta y las verduras para que no se pierdan; también necesitamos mano de obra barata  que cultive la tierra de la que después obtenemos el fruto que pondremos en el mercado), o utilitarios (interesa aumentar los niveles demográficos que emplearemos después en nuestro sistema productivo). Nada se pierde, otra vez, y todos salimos ganando.
¿Qué decir de los padres que rechazan matricular a sus hijos en una determinada escuela por estar llena de emigrantes? Esto no es ningún artificio retórico que me esté inventando. A veces hasta parece que se avergüenzan de contarlo y se excusan intercalando expresiones como ¿qué puedo hacer yo?, o mis hijos son lo primero y por encima de todo, y otras similares. Cuando hablamos así procedemos de manera elitista y estamos legitimando las desigualdades en el fondo y en la superficie. ¿Cómo no nos sentimos culpables? ¿Acaso se trata de una cuestión de competencia, que el mercado sacraliza? Claro, es que sólo los que alcancen la excelencia serán los mejores para competir. Los socialmente rechazados son los culpables de la exclusión. ¿Hablan en broma o se están burlando?
Superar la diferencia y promover la diversidad cultural supone implicar activamente a todos los ciudadanos en la comunidad política, gozando de todos los derechos, tanto civiles (fundamentalmente, las libertades) como políticos (de sufragio y representación, especialmente) y sociales (bienestar, seguridad, costumbres y valores). Así se producirá una verdadera integración y se construirá la ciudadanía en una perspectiva más abierta y enriquecedora. Igualmente, el concepto de hombre evolutivamente unidimensional se expandirá en pluridimensionalidades culturales.

3. El horizonte de la diversidad cultural

L
a cultura es uno de los aspectos que caracterizan a los seres humanos. El problema es la denominación "real" que se haga de ella y si se integran en “la cultura” todas las culturas. Cuando la percepción social es la de una hegemonía cultural, las minorías culturales se sienten excluidas, pero tales minorías existen sin ninguna duda.
Por otra parte, ¿es cultura todo lo que hace el hombre, que no sea lo innato e instintivo? En este caso la cultura lo es todo, con lo que se recogería en el concepto cualquiera de las manifestaciones populares. Todo se integraría en el patrimonio cultural de una época o pueblo por igual. Creo que se impone establecer algunos perfiles matizadores. Una cosa es considerar ciertas manifestaciones como mero residuo y otra muy distinta ponerlas en el mismo nivel, considerando que todo es igual, porque, evidentemente no lo es, por más que un determinado elemento pueda resolver una necesidad concreta. El caso de una hierba medicinal, por ejemplo, y una pintura románica no pueden ser vistos como expresiones culturales idénticas. Habrá que analizar críticamente los dos contenidos.
Considerar cultura las manifestaciones exclusivas de una clase social o de una elite puede acabar despreciando o, al menos, minusvalorando otras expresiones minoritarias. Esto sería demasiado restrictivo. Sin embargo, es innegable que cada pueblo vive su existencia de modo distinto y tales formas de vivir van conformando su identidad. En este sentido afirma la declaración de la UNESCO (2001) que "cada individuo debe reconocer no sólo la alteridad en todas sus formas, sino también el carácter plural de su propia identidad distinto de sociedades igualmente plurales". Esto muestra que cada individuo vive social y culturalmente de modos distintos y que la participación en ambas instituciones que es tanto plural como multicultural, lo que no debería sorprender a nadie.
Sin embargo, la cultura no puede presentarse tampoco con un carácter esencialista, sino que se va constituyendo en el transcurso de la historia. Esto es lo que puede explicar que unos aspectos culturales sean más interesantes que otros y por ello solidifican. De aquí viene el reconocimiento de unos, mientras otros se diluyen en el tiempo.
¿Esta variedad cultural y vital puede convivir en una misma sociedad de pertenencia? Necesariamente y esta es la apuesta del interculturalismo. Para lo cual es imprescindible avanzar en la senda de la integración, que ofrece diferentes vías desde el contrato de trabajo a la licencia de residencia con los derechos y deberes que los ciudadanos tienen que cumplir. Bien sea la situación del emigrante transitoria o permanente, la acción en un proyecto común debe ser el referente que cimiente la convivencia y evite cualquier conflictividad. El problema es cómo hacerlo, porque hay dos posturas encontradas, la que mantiene la asimilación de las culturas minoritarias por la dominante y mayoritaria, o la que propone la comunicación entre todas ellas. En todo caso, se trata de integrar en la forma de reconocimiento de la diferencia. Esta es, precisamente, la cuestión candente, es decir, la de aceptar la diversidad.
Precisamente la diversidad está en la entraña misma de la cultura. En este sentido, la cultura se concibe como el instrumento de búsqueda de significados para lo que es necesario interpretar los datos que se van manifestando. Esta es la idea central que propone Geertz (1996). Interpretar implica igualmente comunicación. Ambos elementos suponen que existen aspectos en discusión sobre los que no se ha alcanzado un acuerdo todavía.
La cultura común como instrumento de interpretación de significados no tiene por qué incluir ningún tipo de rechazo. Esta es precisamente la cuestión a plantear, según escribe Lamo de Espinosa (1995:29): "por qué ciertas sociedades generan rasgos de identidad excluyentes de otros rasgos de identidad, por qué eventualmente ciertas prácticas monopolizan la pertenencia al grupo. El problema no es la convivencia, sino el rechazo; no la variedad, sino la fobia hacia lo extraño".

4. ¿Es posible construir la ciudadanía?

P
robablemente casi todos tenemos asumido que la construcción de la ciudadanía es uno de los grandes retos de nuestro tiempo y que en ello está en juego el "choque de las civilizaciones" de Huntington. La cuestión es cómo delimitar un tema que, según Quesada (2008), "parece inagotable" por las razones que no se pueden exponer aquí.
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En su raíz histórica, la ciudadanía pertenece al universo de la modernidad y fue creada en el ámbito de la Revolución francesa, aunque algunos la hagan remontar a la Grecia clásica. Así hace, por ejemplo Walter (2001), quien refiere que los griegos adquieren identidad bajo un régimen democrático. Recordemos a este respecto las palabras de Pericles: "El nombre de nuestra constitución es democracia... Puesto que no hay prohibición alguna en la vida privada... cada uno de nosotros personalmente desarrolla una personalidad autónoma que acepta con elegante flexibilidad las más diferentes formas de vida".
Siendo cierto lo anterior, la discusión está en el contenido imprescindible que se asigne al concepto de ciudadanía. El texto de Pericles se refiere a dos aspectos importantes, la libertad y la autonomía, pero no son suficientes. La ciudadanía clásica griega afirma la identidad por exclusión de extranjeros y esclavos, aunque vivían y trabajaban en Atenas. Además, no incluye tampoco el lugar que ocupa el ciudadano frente al Estado, lo que hoy se denomina soberanía popular. Por último, no se trata de garantizar solamente la seguridad de la vida privada e individual, sino igualmente la de la pública
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Así pues, hay que situar la ciudadanía en la Revolución francesa, que estableció las bases para su creación posterior. Recuérdese el cuadro de David, El juramento de los Horacios, que fue considerado como expresión del juramento de los ciudadanos y su compromiso de defender lo colectivo, poniendo en ello la virtud cívica y todo su heroísmo.
En la actualidad, el proyecto de ciudadanía no puede prescindir de otra característica más: la imprescindible apertura a la diversidad cultural. La totalidad de grupos diferenciados pertenecen a la comunidad política en la que se encuentran (status) y, por ello, participan en los espacios de la esfera pública, ejerciendo las virtudes cívicas. Por tanto, hay que superar los modelos de multiculturalidad y asimilacionismo. El primero acepta a todas las culturas y las respeta, pero cree que deben vivir conforme a sus tradiciones, al margen de cualquier integración posible. En el fondo, margina las diferencias, bajo capa de respetarlas.
El modelo asimilacionista exige de las diversidades que reconozcan la cultura del lugar al que vienen y que se integren de este modo en la cultura mayoritaria. De entrada, les exige aprender la lengua y comprometerse a respetar normas, costumbres y valores. Es decir, asimilarse a la cultura dominante, sin practicar ninguna propia, de lo contrario, quedarán excluidos.
Sólo queda la vía de la interculturalidad. El sentido de pertenencia a una comunidad no exige la renuncia a sus raíces culturales, sino que participen con ellas en la cultura que les acoge. La interconexión y comunicación conducirá al enriquecimiento mutuo y a depurar aspectos y matices deteriorados. Únicamente los iguales cooperan y se solidarizan con lo que sucede.
Todas estas cuestiones forman parte del debate contemporáneo entre las tradiciones liberales, comunitarias y republicanas. Para los liberales ciudadanía incluye las libertades individuales: derechos civiles, como el de expresión, pensamiento, culto y propiedad; derechos políticos, como el sufragio; y derechos sociales, como seguridad y bienestar económico. Un ciudadano es el que tiene reconocidos todos estos derechos. El estudio clásico acerca de esto es el de Marshall (1950). Más tarde, Kymlicka está considerado como un reputado defensor del multiculturalismo.
Para los comunitaristas lo digno de enfatizar es la pertenencia a una comunidad concreta, que tiene unas tradiciones, las cuales proporcionan una identidad social, que aporta la necesaria cohesión.
Los derechos civiles otorgados por el Estado pueden ampliarse o limitarse, según convenga, puesto que se trata de concesiones otorgadas por el poder político. En este caso, las teorías vienen aceptando otros derechos para el ciudadano, como el de las minorías étnicas, el de las mujeres, sexualidad, ecología, juventud, etc. Igualmente pueden restringirse conforme se presenten situaciones sociales emergentes. Así se van limitando los derechos a inmigrar, a elegir la residencia y nacionalidad, etc. Esto lleva, en el debate contemporáneo, a proponer correcciones a las teorías. Este es el caso del italiano Ferrara (2004:4), que pide un "liberalismo corregido". Sucede también que la cohesión social, fundada en la pertenencia a una comunidad particular, tiene el peligro de no atender a intereses más generalizables. Así Rawls (1996) propone su tesis de la justicia como idea universal y cosmopolita, que es un referente para la gestión de la democracia.
La tradición republicana, que se remonta a Aristóteles, Cicerón, Maquiavelo, Rousseau Kant, entre otros, busca que el individuo se identifique con las leyes de la ciudad, porque entonces participará en la empresa común en la que se siente incluido necesariamente. Libertad y autonomía están presentes en la teoría de la ciudadanía republicana, pero con algún importante matiz, que la diferencia. No se trata solamente de que el Estado no interfiera en los mercados para que cada uno se rija por la ley de la competencia, obtenga beneficios y ofrezca calidad al menor costo, optimizando los recursos, con lo que las desigualdades son un hecho legítimo. El republicanismo exige que no exista dominación ni dependencia.
La autonomía se expresa en el autogobierno, ejercido por los ciudadanos participantes bajo leyes iguales para todos. De esta manera la comunidad (no sólo el individuo) controla su destino. Los ciudadanos sirven a lo público, donde la vida humana se realiza plenamente, mediante la práctica de las virtudes cívicas. La ciudadanía es el espacio de realización individual. Lealtad, patriotismo, integración e inclusión en el Estado, que "sólo conoce ciudadanos, no importa de qué nacionalidad" (Arent, 2005:257). Ciudadanos, cuya esencialidad consiste, según Aristóteles en "participar en las funciones judiciales y en el gobierno" (Política, III, 1275a).
Ya no tenemos comunidades homogéneas en las que establecer normas para todos, hoy se impone dialogar con la diversidad de modo de los participantes incluidos deliberen y decidan la propuesta de normas y obligaciones. Así se producirá la cohesión y la integración, porque la pluralidad cultural se sentirá defendida por la pasión y el corazón republicanos. Son muchos los representantes del republicanismo en la actualidad, entre otros Skinner, Pettit, Sunstein, Virola, Habermas, etc.

5. Perplejidad en la esperanza

¿Está hoy la democracia en peligro o su situación crítica es uno de sus factores constitutivos? ¿Cuál es el problema para la construcción de la ciudadanía en el seno de las diversidades culturales? Distintos autores españoles han incidido en este tema. El más reciente es Pérez Díaz, que habla del malestar de la democracia. Fernando Quesada dice que hay un "vaciamiento" de contenidos en la política. Unos años antes, Laporta refirió al "cansancio" de la democracia y Rubio Carracedo se interrogaba sobre el "acomodo" de los políticos. Castell se pronunció abiertamente por el término de "crisis". Esta terminología anuncia, ciertamente, una sintomatología preocupante.
Como quiera que sea, ya no se considera la política como el mejor medio para la realización de la vida y esto era lo que definía la ciudadanía. Estamos en un proceso de cambio, que puede resultar profundo. Los ciudadanos pasan de la política y se dedican a la vida familiar o profesional. Esto es lo que les interesa en vez de la participación política. Tampoco se sienten ya soberanos, ni le encuentran significado a la soberanía popular. Así se va produciendo un adelgazamiento manifiesto de la democracia. La democracia liberal representativa está perdiendo su vigor clásico que la caracterizaba y su fundamento en la defensa de lo público.
Ahora bien, es precisamente en el ámbito público donde puede garantizarse la libertad individual y no viceversa. Vivir en un espacio colectivo libre hace posible disfrutar de su propia libertad a los individuos. En palabras de Skinner (1996:147): "El único camino que lleva a la libertad individual es el sendero del servicio público". Un individuo autónomo lo es únicamente en un ámbito de libertad social con leyes y con una pluralidad de individuos a los que reconoce. Estos son asuntos de ciudadanía. Sólo en una polis autónoma independiente puedo ejercer mi libertad y participar de las decisiones políticas. La pura libertad individual no garantiza la posibilidad de realizar mis propios proyectos.
La democracia tiene que ser, pues, renovada para que pueda ser integrada la diversidad de manera colectiva, mediante la construcción de una ciudadanía que abre abra mecanismos de participación más adecuados. Reconociendo que estas decisiones no son fáciles de tomar, Font (2003) concluye así su ponencia: "ser conscientes de la amplia gama de posibilidades existentes, de que... todo puede ser inventado y de cuáles son los déficits que deberemos afrontar, según cuál haya sido nuestra elección, supone ya un gran paso adelante".
Hay que aprender educación cívica en el espacio escolar. Por todo lo dicho, me parece que es necesario e incluso imprescindible. Quienes la rechazan se están retratando: lo que no quieren es el fortalecimiento de la democracia y la sociedad y civil.

Referencias bibliográficas
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Ferrara, A. (2004), “El desafío republicano”, en Claves de razón práctica, 139, 4-12
Font, J. (2003), “¿Más allá de la democracia representativa?”. Ponencia en las II Jornadas de Sociología Política. UNED, Madrid.
Geerts, C. (1996), La interpretación de las culturas. Gedisa, Barcelona.
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Marshall, T. H. y Bottomore, T. (1998), Ciudadanía y clase social. Alianza, Madrid.
Pérez Díaz, V. (2008), El malestar de la democracia. Crítica, Barcelona.
Quesada, F. (2008), Sendas de democracia. Entre la violencia y la globalización. Trotta, Madrid.
Rawls, J. (1996), El liberalismo político. Crítica, Barcelona.
Rubio Carracedo, J. (2000), “¿Cansancio de la democracia o acomodo de los políticos?”, en Claves de razón práctica, 105, 76-82.
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Tourain, A. (1997), ¿Podemos vivir iguales y diferentes? PPC, Madrid.
UNESCO (2001), Declaración Universal sobre la Diversidad cultural. París
Walzer, M. (2001), Guerra, política y moral. Paidós, Barcelona.

Julián Arroyo Pomeda