Hace unos días coincidí con una amiga y hablamos del pin parental. Me dijo
que si ahora sus hijos estuvieran en edad escolar los inscribiría en un buen
colegio privado, a poder ser bilingüe por los próximos líos que van a
presentarse en los centros públicos. Me extrañó, pero comprendí que eso es
precisamente lo que buscan los partidarios de vetar ciertas actividades con la
excusa de que adoctrinan a los niños. Intentan desprestigiar la
enseñanza pública.
Muchos colegios privados adoctrinan, pero no molesta, lo hacen de acuerdo
con mis propias convicciones. He trabajado en algunos centros privados en los
que me encontraba muy a gusto; en cambio, en otros abandoné lo antes que pude,
porque contaminaban de adoctrinamiento incluso al profesorado, que aguantaba,
porque tenía que ganarse la vida. Ahora se presumiendo de ello, sin ninguna
vergüenza. Por eso estamos mucho peor.
El pin parental faculta a los padres a rechazar actividades
complementarias, que están dentro del horario escolar para completar las
exposiciones del aula. Se introducen en las programaciones y forman parte del
currículum, contextualizándose en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Las
aprueba el Consejo Escolar y quedan recogidas en la Programación General Anual
(PGA). La LOMCE (artículo 2 bis, 4) establece para el sistema educativo
cooperación, equidad, libertad, igualdad y no discriminación. El pin parental
pide a la dirección de los centros que informen a los padres de materia,
charla, taller o actividad que afecte a cuestiones morales o a la sexualidad
que puede introducirse en la conciencia e intimidad de sus hijos. Los padres
darán o no su consentimiento. ¿De dónde viene plantear esto ahora?
Puede ser por ignorar lo que es una actividad complementaria, porque los
padres quieren controlar los centros públicos, porque desconocen lo que es la
escuela pública, porque son unos rancios y desprenden olor a naftalina, o
porque están en el limbo. Toda educación debe atender a las necesidades
que se presenten en una sociedad, porque el currículo enseña, pero también
educa. La escuela pública ha de tener un componente científico (no desconoce la
realidad), es laica y no confesional, gratuita, democrática (los padres también
participan en ella) y no discriminatoria. Esto es lo que caracteriza la escuela
pública, que el Estado tiene obligación de preservar con fortaleza democrática
frente a quienes la atacan. Directores y profesores gozan de autonomía y tienen
competencia para organizarla. No se trata de que los padres quieran otra cosa.
Hay otras escuelas para atender las preferencias de los padres, presentando su
carácter propio e ideario.
Si los progenitores son unos rancios y de mente poco abierta, la escuela y
sus propios hijos podrían educarlos, poniéndolos frente a la realidad. Hijos de
padres homófonos, maltratadores, patriarcales, racistas o dictatoriales tienen
más necesidad todavía de ser educados en derechos humanos, tolerancia y
libertad. Se lo merecen. Otra cosa es la carencia de oportunidad de la
propuesta. ¿Qué tendrá que ver el pin con la aprobación de los presupuestos en
una Comunidad Autónoma? Me parece que nada, pero lo tendrán que tragar, si no
reaccionan a tiempo, porque se lo imponen a la fuerza. Menuda educación es
ésta.
Luego están los epígonos de la formación que propone estas barbaridades
disparatadas. Uno de ellos es un borrico y eurodiputado. Dice este sujeto que
el pin es “para evitar que tu hijo pretenda penetrar a su hermanito”. Qué
zafiedad. Después está el líder de la oposición que pide al gobierno que saque
sus manos de nuestras familias. Puede quedarse tranquilo, nadie hace esto, en
todo caso protege a sus hijos de los bocazas medievalistas y facilita su
desarrollo físico e intelectual. Finalmente, está el seguidismo de partidos
irresponsables, unos con cierta vergüenza, pero ahí siguen, y otros con acuerdo
abierto y sin el más mínimo reproche, porque ya se sabe que a río revuelto
ganancia de pescadores.
Lo que están haciendo con la amenaza de no aprobar los presupuestos, si no
se acepta el pin parental, es lisa y llanamente un chantaje, eso sí, en nombre
de la moral, precisamente, de su moral. Es el primero, pero no será el último,
porque el proceso continuará. Lo peor del caso es que los chantajeados lo
reciban de buena gana, no vaya a ser que les arrebaten también esta bandera.
Aceptar tal inmoralidad es caer en un pozo sin fondo, cuyas consecuencias
pueden ser impredecibles: se los irán comiendo poco a poco. Se trata de una
política de chantaje permanente. Si no cortan ya, tienen el peligro de caer en
la ruina más espantosa.
El valor de la escuela es único y ningún pin podrá cuestionarlo. Como escribió John Dewey: “La educación no es una preparación para la
vida. La educación es la vida misma”. Muchos estarían mejor callados, en
silencio serían un poco más felices, pero, si están empeñados en amargarse y
liarlo todo mucho más con broncas permanentes, que con su pan se lo coman.
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía