jueves, 26 de marzo de 2020

Cambios climáticos y mutaciones víricas


Algunos ya anunciaron, dando la voz de alerta, que a la humanidad no la destruirían bombas, tanques, misiles y demás armamento sofisticado de última generación, sino que caerá por invasiones  de nuevos virus, procedentes de mutaciones desconocidas. Es una cosa algo misteriosa que no se acaba de creer, pero de pronto y sin esperarlo sucede alguna catástrofe que nos envuelve en la peor de las pesadillas.

La epidemia actual es el Covid-19, que ha producido pánico global. ¿Por qué? Carece de tratamiento y, mientras se descubre la vacuna adecuada, se va enfrentando con el protocolo de contención, que no ha funcionado. A partir de aquí se iniciaron protocolos más contundentes. El más fuerte es confinar un territorio y aislarlo por completo para evitar la expansión y transmisión. Así cambió drásticamente el modo de vida de los ciudadanos de Wuhan que quedaron encerrados en sus casas, en las que introducían, incluso, alimentos los funcionarios del Estado con la máxima protección para evitar contactos. Los líderes chinos defienden apasionadamente que este tratamiento resultó efectivo.

Otros proponen no hacer nada y dejar que se contagie un país entero lo antes posible, porque de este modo, una vez superado el golpe, todos quedarán inmunizados. Muchos morirán, pero quienes sobrevivan serán más fuertes con mayores capacidades para construir una sociedad nueva. Es una especie de eugenesia global. La solución bien merece el calificativo de locura. En efecto, tal propuesta es una cosa de locos, que sigue habiendo entre gobernantes poderosos.

También está la Unión Europea, obligada a establecer soluciones contundentes igualmente, pero limitadas por su modelo económico neoliberal, en el que la riqueza producida se reparte de un modo cada vez más desigual. Las crisis no molestan, porque se aprovechan para ajustarlo todo mucho más de modo que la mayoría contribuya a salvar a los grupos selectos, bajo la amenaza de la explosión del desastre, de manera que los ricos sean cada vez más ricos y más pobres los que ya eran pobres. El modelo tiene que ser salvado para que su respuesta sea el crecimiento y la recuperación a base de mayores niveles contaminantes, degradación del clima y trabajadores expulsados del sistema y condenados al paro. La consecuencia es el egoísmo universal para apropiarse de todo lo que se pueda, estableciendo la guerra de todos contra todos (bellum omnium contra omnes) de Hobbes. Solo él Estado social, la vuelta a lo público y lo común, podrá hacer frente a semejante barbarie de un mundo globalizado contagioso, que produce desempleados, marginados, empobrecimiento, desahucios y paraísos fiscales para que los más adinerados puedan ocultar sus capitales bien sustanciosos.
[Penetración del coronavirus en células humanas; www.nationalgeographic.com]
Puede venir otra gran recesión, amenaza el capitalismo renovado, introduciendo el pánico entre las clases productoras que sólo tienen su trabajo para sobrevivir. Los bancos no pueden caer, ni la bolsa tampoco puede seguir desplomándose. Siempre hay un chivo expiatorio al que echar las culpas. Habría que pensar si el cambio climático desatado, inducido por un sistema de producción para el que solo cuentan los máximos beneficios, no influye en la mutación de virus ubicados en animales para pasar ahora a los humanos. La solidaridad y la dignidad humana no cotizan en bolsa, no lo olvidemos. En un plan de salud global no interesa invertir, ¿para qué? Lo que piden los chupasangres es desmochar de vez en cuando a muchos desgraciados para aclarar el ambiente. De este modo les irá aún mejor a cuántos ya les va bien.

Mientras tanto, no faltan grandes mentiras exculpatorias. Una es que tenemos los mejores profesionales sanitarios, que podrán controlar la epidemia, aunque sea a costa de dejarse la piel en ello. Es cierto, pero olvidamos que los buenos y experimentados fueron expulsados por jubilaciones, recortes en plantillas y camas hospitalarias para no reponerlos y hasta impulsando hospitales privados o privatizando los públicos con internalizaciones y tantos recursos de ingeniería. Ahora se llama a jubilados recientes y hasta a estudiantes de medicina de los últimos cursos, cuando muchos han tenido que salir al extranjero para poder trabajar y vivir. Buen cinismo patrio tenemos.

Quienes antes aplaudieron las privatizaciones ahora se desgañitan, diciendo que se ha actuado tarde y mal. Siguen sin convocar a tiempo oposiciones para resolver interinidades y contratos precarios, de modo vergonzoso e injusto. Eso sí, luego el Covid-19 para la Pública, porque produce pocos beneficios económicos. Las empresas se guardan los recursos elementales de protección para que suban los precios y las farmacéuticas invierten en investigación cuando tienen seguros los beneficios. Que los virus estaban en animales como los murciélagos y siguen presentes en otros animales lo sabemos, pero no se hace nada, porque, mientras estén en ellos, bueno va. ¿Y si mutan? Según León Felipe nos han contado ya todos los cuentos y los conocemos bien. Y ahora ¿qué?

Julián Arroyo Pomeda

domingo, 15 de marzo de 2020

El premio César a Polanski



 “Solo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma” (Émile Zola. París, 13 de enero de 1898).

Vi la película de Polanski. Me pareció grande en cuanto a su factura, la interpretación de los actores y la solidez del guión. El director se mantiene a la altura cinematográfica de siempre, aunque esta no sea su mejor obra, y maneja como nadie el enfoque del cine clásico. Es magnífica su puesta en escena y el interés no decae en ningún momento.

Polanski cometió una villanía inclasificable hace más de cuarenta años, cuando violó a una niña de trece. Lo reconoce, pero alega que el sexo fue consentido. Con esta edad no se puede consentir nada y actuó como un auténtico descerebrado. Desde entonces lleva pagando su pasado, aunque ha burlado la cárcel. Por eso comprendo muy bien que se considere una vergüenza la concesión del premio César francés y que varias personas salieran de la sala, porque no lo soportaron. La actriz Florence Foresti declaró que estaba disgustada (écoeurée) y que no perdona a Polanski. Además, no es el único caso. Sin embargo, ¿qué podría hacer una Academia, si el film había recibido más nominaciones que nadie, como dijo la directora Claire Denis? La controversia estaba servida y la indignación fue sonora.

Los premios César del cine francés distinguen las mejores películas y equivalen a los Oscar de Hollywood. Desde su creación en 1975 se han ganado el prestigio internacional merecido y la ceremonia de entrega constituye un espectáculo. Tampoco es la primera vez que se lo dan a Polanski, aunque, probablemente, será la última. Algunos premios han sido polémicos, pero lo que no pueden perder es el prestigio logrado de trofeo emblemático.

Ahora bien, ¿hay que condecorar a un artista en virtud de la calidad de su trabajo, aunque se haya mostrado miserable por sus actos humanos, o prescindir de la calidad de una obra por el rechazo social que una persona provoca? Esto no es fácil de resolver. De hecho Claire Denis y Emmanuelle Bercot no dudaron en entregar el premio. Informamos de una votación, dice Denis, no emitimos un veredicto. Y ante la pregunta de si entendía el gesto de las personas que se ausentaron, contestó que no es insensible al dolor de los demás. La cuestión es si valoramos una película magnífica o la persona que la filmó. Una cosa no quita la otra, por supuesto. ¿Premiar a Polanski es dar una bofetada y echar un escupitajo a las víctimas? Desde luego que la irracionalidad no puede triunfar. Cualquier institución tiene la obligación de dar ejemplo. Roman Polanski lo sabe, sin duda, por eso su película está planteada en términos de estructura racional y no emocional. No se le puede negar inteligencia.

Ha hecho un gran cine, que puede llevarnos a pensar lo extraña que es nuestra cultura, no sólo la actual, sino la de todos los tiempos. Cultura es como el cultivo de nuestras capacidades mejores, pero la cultura no es algo natural, sino que muchas veces está contra la naturaleza, aunque igualmente pueda sublimarla. Este debate sigue abierto en la actualidad, sólo hace falta ser un poco observadores para darnos cuenta de ello.

Personalmente, sí creo que la película es acreedora de un gran Premio, otra cosa es que nuestra idiosincrasia natural nos pida que dejemos que el autor se pudra en prisión. La violencia actual contra las mujeres no permite el mínimo titubeo para dar un paso atrás. Sería una injusticia colosal.
Lo que pasa es que a Polanski ya no se le puede sacar de su contexto, que fue dramático, trágico y hasta siniestro: no se debe separar la obra de su vida. Y en esta última hay veces en que uno es a la vez víctima y verdugo. A él se le da mejor presentarse como víctima, ocultando lo de verdugo. El paralelismo Dreyfus-Polanski es inevitable, aunque también hay que decir que la película no se enfoca hacia el oficial, sino que aquí el héroe es Picquart, un militar integro y lleno de nobleza, que sólo busca encontrar la verdad. "Hacer una película como esta ayuda mucho. En la historia a veces encuentro momentos que he experimentado, puedo ver la misma determinación por negar los hechos y condenarme por cosas que no hice".

De otra parte, hay que reconocer la valentía de Polanski para denunciar la corrupción del París del siglo XIX y su política escandalosa con un férreo control militar. Esta situación supera el fin de siglo y lo trasciende para ir más allá. Todavía hoy el antisemitismo sigue vigente, así como el odio, las violencias y la intolerancia. Actualmente, y más que nunca, la posverdad puede destrozar la vida de cualquier persona, condenándola ininterrumpidamente. Disfrutamos de más derechos que nunca, pero sobre el papel y de un modo teórico, porque cada vez tenemos la posibilidad de acceder a menos. Las desigualdades y servidumbres son el menú cotidiano sangrante. ¿Quién será hoy el Zola que lo denuncie, incluso a costa de su propia vida?

Julián Arroyo Pomeda

lunes, 9 de marzo de 2020


De vez en cuando leo las experiencias que en forma de libro o ensayo nos ofrece algún filósofo que ha terminado, o está a punto de hacerlo, su vida activa, o se encuentra ya como emérito. Es ahora cuando puede perfilar todo lo que ha ido libando a lo largo de su extensa profesión.

Estoy con un libro recién publicado (Quintanilla, Filosofía ciudadana. Editorial Trotta) que quiere hacer algo parecido a lo que plantearon los antiguos griegos en la polis o la ciudad, en su raíz latina. Muchos vivimos en ciudades sobre las que tendríamos que reflexionar, como hace Quintanilla. Su contenido está formado por artículos breves en los que siempre hay algunos pensamientos sobre el tema que se presenta. Por eso es de lectura cómoda, aunque no frívola en ningún momento. Se trata de un ejercicio para recuperar las capacidades de pensar, volviendo de nuevo a los tiempos ilustrados.

De pensar no podemos desprendernos nunca, porque pensamos permanentemente. Otra cosa es que tematicemos lo que pensamos. No puedo enseñarle nada a nadie. Sólo puedo hacerle pensar, decía Sócrates. Y con razón, ya que no sabía nada, pero la ciudad si enseña, porque es fuente de experiencias, si sabemos pensarlas e interpretarlas. La filosofía es una forma de pensar, cuya herencia procede de quienes vivieron en la antigua Grecia.

Los pensamientos y las ideas pueden llegar a construir un tratado, pero aquí, para empezar, sólo importa ejercitar el pensamiento, o, lo que es igual, hacer un ejercicio de filosofía. Esto no es difícil, porque la vida de todos los días nos proporciona material para pensar sobre lo que sucede a nuestro alrededor, dándole así el valor que tenga, su sentido, descubriendo las razones por las que algo acontece, evitando contradicciones en lo que expresamos. Esto es lo mismo que vivir.

Quintanilla, que cuenta con una buena trayectoria filosófica y de compromiso con la realidad, ha reunido muchos de sus pensamientos en este libro y sabe comunicarlos directamente, dejando siempre clara su posición. Unas veces el artículo respectivo tiene que ver con su ejercicio profesional y otras con cualquier noticia que se presente. A todas las saca el jugo que tienen y argumenta sobre la tecnología, la cultura científica, la política y el carácter filosófico. Veamos algunos ejemplos.

Qué es el universo, cómo funciona y cuáles son sus secretos nos lo enseñó Einstein con la teoría general de la relatividad. Los seres humanos ocupamos un lugar en el mundo, ahora toca cuidarlo, porque así nos cuidaremos igualmente nosotros con él. En el universo hay muchas cosas, a las que generalmente no damos ninguna importancia, porque pasamos de ellas, o no las advertimos, pero tienen también un sentido y somos nosotros quienes lo damos, cuando las incorporamos en nuestras vidas.

La filosofía se ha ocupado siempre del sentido de la verdad frente a su contrario, la mentira, pero ahora tenemos el concepto alternativo de la posverdad. Esto es la mentira posmoderna. De materia y forma habló Aristóteles. La materia era informe y la forma, pura. Actualmente seguimos despreciando la materia. Nos importan las ilusiones, las redes sociales, las formas y la tecnología: "seguimos atrapados en el hilemorfismo aristotélico". Los creyentes y los ateos pueden convivir y ambos merecen ser respetados, sin apabullar a nadie. No hay que meter los toros en la política y no merecen maltrato ni sufrimiento. Es un tema delicado. ¿Quién negará el derecho a la tolerancia? No lo extrapolemos, porque solo con el fanatismo no se puede ser tolerante.

¿Todavía tenemos que estudiar filosofía? No dará fama ni riqueza, pero sí puede hacernos disfrutar de la vida, sabiendo por qué hacemos lo que hacemos y manteniendo el equilibrio racional necesario en una vida examinada, respetando la verdad y la dignidad humana. Todos perderíamos si desapareciera del currículo escolar. La igualdad es de justicia, pero tendríamos que conseguir que fuera eficiente y rentable socialmente. Los números "están hechos de pensamiento".

El valor real de las cosas no se corresponde con el valor de mercado. Es razonable que el mercado quiera obtener beneficios económicos para poder mantenerse. En cambio, actualmente no se trata de crear riqueza, lo que a todos interesa, sino de hacer ingeniería financiera, el gran truco del neocapitalismo, que no se corresponde con ningún valor real. Una forma de pensar preocupante. Son muy exitosas las técnicas de manipulación de embriones, pero no pueden utilizarse de forma irresponsable. La ciencia y su prestigio cada vez nos interesan más, pero es "una creación del espíritu".

La política es hoy denostada y admirada. Si somos demócratas, sólo vale vencer convenciendo y no mediante espectáculos de causa interesada. Los hooligans son una aberración y no estamos lejos de jalear de manera similar a nuestros partidos políticos. Espero que se haya podido percibir la filosofía en ejercicio que propone el profesor Quintanilla desde la Universidad de Salamanca.

Julián Arroyo Pomeda

domingo, 1 de marzo de 2020

Alcalde rediseñador de nuestra historia


“Por tu vida, Lopillo, que me borres/las diez y nueve torres del escudo, /porque, aunque todas son de viento, dudo/que tengas viento para tantas torres” (Luis de Góngora).

Madrid, como cualquier ciudad, ha tenido alcaldes mejores y peores, pero Almeida se ha empeñado, desde que llegó, en conseguir el premio del peor de todos los alcaldes con un desparpajo estúpido y despreciable. Creo que es el hombre que más sabe de alcaldadas permanentes. Parece tan necio que sólo piensa en que le saquen en las portadas de los periódicos a diario. Quizá tenga un complejo de inferioridad.

Alcanzó la alcaldía sin haber ganado las elecciones, por lo que tiene necesidad de reafirmarse diariamente como el alcalde que es, dando la impresión de que todavía no se lo cree, aunque está bien arropado por Ciudadanos y Vox. Con Villacís sorprende por su poca estatura física y con Ortega Smith ya no es ni siquiera comparable. Tampoco, con Gallardón. A optimista y orgulloso no le gana nadie. Además, es un graciosillo. Ante el tuit de Sánchez sobre el Memorial del cementerio de la Almudena solo se le ocurre esta contestación: "¿Me puedes confirmar si el que te ha escrito este tuit es el mismo que escribió tu tesis?". Malafollá, como dicen los granadinos, sí que tiene el hombre. Es capaz de pisar todos los charcos posibles: siempre se encuentra al quite, armado de su petulante sonrisa.
[Nombres de víctimas inscritos en memorial Almudena; www.elpais.es]
Este mes de febrero ha sido pródigo en acontecimientos, pero el que sobresale entre todos es la retirada del memorial conmemorativo del homenaje a los 2.937 nombres fusilados por el franquismo en el cementerio de la Almudena. Ha tirado todo el proyecto de construcción y destruido lo que ya se había levantado. No lo veo como simple anécdota, porque se trata de un acto de odio y venganza contra el equipo de gobierno anterior. Es el autoritarismo de la derecha más cerril. Eso sí, estas cosas siempre conviene disfrazarlas convenientemente para que todo sea confuso y quede oculto. Es un tipo listo Almeida: quiere "primar el espíritu de transición, de la reconciliación", frente a la izquierda sectaria de Carmena, que pretende "rescribir la historia". (Dejemos el ‘primar’ y el ‘rescribir’ de este abogado del Estado, que necesita leer más literatura, sin duda).

Ni la ignorancia más oceánica libra a nadie de saber quiénes llevan más de 80 años reescribiendo la historia, al homenajear con placas en las entradas de las iglesias a los caídos por Dios y por España. Los demás caídos son solo escoria roja, claro. Haría bien en oír a Miguel Hernández: "El odio se amortigua/detrás de la ventana". Pero lo que ni siquiera desea es dejarnos la esperanza.

Las instituciones merecen siempre respeto, pero quienes las ocupan tienen que ganárselo por méritos propios ante todos los ciudadanos que representan. Almeida está pensando únicamente en ganarse los favores de los "nacionales", no vayan a irse con la ultraderecha. Al otro bando hay que fumigarlo para que no pueda renacer. El bando nacional está suficientemente conmemorado, ahora tocaba hacerlo con los asesinados después de la guerra, dado que la Memoria Histórica pedía hacerlo con todas las víctimas, que fueron taladas, pero que pueden retornar como el árbol, porque siguen viviendo en nuestra memoria. Esto es lo que pide la reconciliación de la que presume el alcalde. Callarlos de nuevo no, por dignidad.
[Manifestación ante el Ayuntamiento; infolibre.es]
Carmena empezó a construir el monumento, que no pudo terminar, para recoger los nombres de los fusilados entre 1939 y 1944, poniendo al frente los versos de Miguel Hernández: "soy como el árbol talado, que retoño". Ellos murieron por la libertad y la democracia, palabras demasiado solemnes para algunos, pero de contenido bien real. El odio y el desprecio continúan y hay quien estimula tan negros sentimientos de indignidad. Qué razón tenía Gironella, cuando explicaba en su aclaración a Un millón de muertos que las víctimas efectivas fueron la mitad, pero que añadió otros tantos por los homicidas, odiadores y sin piedad que "mataron su propio espíritu". Y así es exactamente. Las ideas se han de defender siempre, pero sin cultivar con ellas el odio. Es vergonzoso y desgraciado que en esto lleve el liderazgo el alcalde de la capital, expulsando a uno de los más grandes poetas de la literatura española. ¿Sabrá, acaso, lo que es y representa la poesía?

Ahora el equipo municipal hará una sola lista, uniendo víctimas de la guerra con las de la represión. Así quedarán diluidas víctimas y verdugos, sin que la memoria histórica pueda ofrecer nunca la verdad. Una de las razones empleadas por el alcalde es que poner dos placas con los nombres esculpidos resultaba mucho más caro para los madrileños. Se trata de un indisimulado cinismo de la peor calaña. "Pintada está mi casa/del calor de las grandes/pasiones y desgracias", Martínez-Almeida. Es una vergüenza que los dirigentes del Ayuntamiento tengan otras prioridades, aunque no sean, ni mucho menos, las de los propios madrileños.

Julián Arroyo Pomeda

sábado, 22 de febrero de 2020

La eutanasia es una elección, no una obligación


"Morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo. La muerte elegida libremente, la muerte realizada a tiempo, con lucidez y alegría, entre hijos y testigos..." (Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos).
[Romeu, El País]
Cuando algo se enfrenta a las ideologías o a las creencias religiosas, la resolución se hace literalmente eterna, es decir, que nunca se soluciona la cuestión. Se impone, primero, clarificar la situación para poder decidir después. Si un católico dice que Dios es el dueño de la vida, porque vivir es participar de la vida de Dios, merece respeto. Que tanto la vida como la muerte está en manos de Dios: "El es el dueño de todo viviente y el espíritu de todo ser humano" (Job 12, 10), sigue siendo digno de respeto. Si es propiedad y don de Dios, la vida es inviolable y lo que contradiga esto no es cierto, ni digno, ni puede considerarse como argumento. Respeto tales creencias. Lo que no estoy dispuesto a aceptar es que se impongan estas tesis como obligación, porque entonces lo que no existe es respeto al no creyente. Aunque no creas, debes aceptar el dolor y la muerte más terrible, si ocurriera así. No puedes emplear el recurso alguno para cortar su vida. Jesucristo murió en la cruz en medio de tremendos dolores y así salvó al mundo. Los demás únicamente podemos imitarlo, contribuyendo así a la salvación. Bueno.

Los profesores de filosofía de Secundaria saben mucho de esto, porque todos los gobiernos, independientemente de su color, han hecho tragar con la Ética como alternativa a la Religión. Era una cosa absurda pensar así: para garantizar el derecho de unos a recibir enseñanzas religiosas, otros estaban obligados a recibir clases de ética. Tú no quieres clases de religión, pues en castigo tendrás que hacer ética. Los estudiantes más avispados decían que no querían estudiar religión, que era una materia optativa, pero que no deseaban elegirla, entonces, ¿por qué tenían que estudiar ética? Tenían razón, pero nadie hizo caso, porque el foco se ponía sólo en el derecho a recibir enseñanza religiosa. Este proceder cuenta ya con unos 40 años de ejercicio, que se dice pronto.

Ahora, con la oposición a la eutanasia ocurre algo similar. Las creencias religiosas no la aceptan, luego no se puede legislar sobre la misma. Y no es así, porque los que desean una ‘mala muerte’ tienen la puerta abierta para que sufran todo lo que Dios permita, haciéndolos participantes del dolor del Salvador. Nadie se lo impide, como tampoco se obliga a nadie a divorciarse, lo que sí hacen ellos con quienes desean un buen morir (eu = bueno; thanatos = muerte), un morir dignamente. Para el jesuita Juan Masiá decidir morir autónomamente ni siquiera va contra la fe religiosa, porque Dios creador hizo a los humanos co-creadores y, por tanto, responsables y cuidadores de la vida, que pertenece a quienes la han co-creado. No se trata de matar, sino de ayudar en el momento de morir. Los extremismos siempre están dispuestos para el ataque.

En cuanto a las afirmaciones aberrantes de que se quiere ahorrar el Estado en Seguridad Social, o que puede ser una vía legal para homicidios de personas, esto no se sostiene, si se establecen las garantías jurídicas adecuadas de vigilancia y las normas oportunas. La eutanasia es una decisión individual, sometida a controles profesionales y fórmulas legislativas.

Otros hablan de cuidados paliativos, pero no bastan cuando la persona no quiera solo no tener dolor, sino que desee no continuar en la existencia, haciendo esto en su plena capacidad de conciencia y pidiéndolo expresamente, como haría una persona autónoma, que se siente dueña de su vida. En este caso, hay que dejar morir en paz y el médico tiene que ayudar a que se cumpla la decisión del paciente, lo que no significa insensibilidad ante el sufrimiento, sino todo lo contrario. Es un acto de respeto a la autonomía de la persona y no un suicidio.

En esto, como en otras cosas, hay que atender a la sociedad, no solo a ella, pero también a ella. Más del 80% de ciudadanos están a favor de la eutanasia. Es más: más del 50% de los católicos, también, según Metroscopia y el CIS. Ejercer el derecho a la eutanasia es algo personal y libre, pero no obligatorio. Quien no quiera no tendrá que hacerlo, por supuesto. La Iglesia católica tiene que dejar de ser un lobby ideológico de presión en contra de la eutanasia de manera inflexible. Qué distinta es la posición de Jacques Pohier (teólogo y filósofo francés): "la eutanasia voluntaria no es una elección entre la vida y la muerte, sino entre dos formas de morir (un chois entre deus façons de mourir). No sólo los profesionales han de intervenir en el debate sobre la eutanasia, sino la totalidad de la sociedad.

No deberíamos dejar de pensar que, si se regulara la eutanasia, la ley no obligará nunca a nadie, depende siempre de la libertad de elección. A nadie se le deben imponer las creencias propias, que, en este caso, sólo pueden conducir a argumentos de pura miseria.

Julián Arroyo Pomeda

lunes, 17 de febrero de 2020

¿Qué está pasando con el campo?


Trabajando en el campo como agricultor nadie se hace rico. Hasta casi mediados del siglo XX los agricultores subsistían, recogiendo sus productos para el consumo familiar. En nuestra guerra civil el campesino propietario de un trozo de terreno no se murió de hambre, porque consumía lo que él mismo cultivaba. Poco después, la gente del campo huyó en desbandada en busca de las fábricas de las grandes capitales. En ellas muchos lo pasaron todavía peor. Surcos, la película de Nieves Conde, de 1951, presenta el éxodo rural a la vida urbana y su difícil adaptación. Pronto la familia Pérez descubre la dureza de un mundo implacable y Manuel, el padre, decide, entre la rabia, la ira y la tristeza, volver al pueblo como fracasados. El título primero fue Surcos sobre el asfalto, lo que resultó imposible.
[www.diarioeldia.cl]
Desde el ingreso en la Unión Europea, en 1986, la agricultura tradicional en España tuvo que modernizarse, pasando a los estándares de la producción industrial para ser eficiente y competitiva. Los objetivos estaban claros, pero faltaban las infraestructuras necesarias. Se ha avanzado mucho en técnicas y maquinaria, pero competir con países del entorno no es nada fácil. Otra vez los agricultores se han llenado de ira, porque la gravedad de la situación y los conflictos comienzan a estallar con virulencia. Además, poco puede hacer nuestro país ahora que está dentro de la Unión Europea, que es la que decide en último término. Por tanto, hay que descartar soluciones individuales, como quieren algunos.

La solución resulta complicada en la economía de libre mercado en la que nos encontramos inmersos. Hay que empezar por hacer un informe serio y riguroso de la situación. Esto corresponde al Gobierno, mediante el Ministerio de Agricultura. Mientras tanto, hay datos injustos que deberíamos subsanar. Que al productor se le pague menos de lo que le cuesta producir el artículo es la ruina de la agricultura. Tampoco es aceptable que la Unión Europea subvencione con grandes cantidades a los dueños de latifundios, aunque los tengan improductivos. Las patronales de las grandes distribuciones de productos no pueden estar concentradas en unos pocos mayoristas. Hay capitales en que la comercialización está en manos de sólo tres empresas. El porcentaje de ventas de los mercados tendría que ajustarse mucho más para que la diferencia entre lo pagado al agricultor y la venta al consumidor no fueran tan grandes. Es indignante que haya que pagar en el mercado ocho veces más de lo que vale un producto, por ejemplo. La competencia entre productores no comunitarios, como el libre comercio entre Marruecos y la Unión Europea, por ejemplo, resulta indignante. ¿A quién está protegiendo realmente la Comunidad? Puede haber igualmente problemas estructurales, por ejemplo, los de explotaciones pequeñas que tendrían que concentrarse o desaparecer por ser inviables. Igualmente los propios consumidores tenemos parte alícuota de responsabilidad. Las quejas por las subidas de los pescados, especialmente en las anteriores Navidades, fueron universales. Bastaría para resolverlo con que menos del 50% dejará de comprar el producto, cambiando la dieta, pero no, se suele decir que un día es un día y hay que celebrarlo.

El asunto de los intermediarios, comercializadoras y especuladores viene de lejos. Muy bien los recogieron Los Sabandeños en su Polka frutera. Un gran caballero, elegantísimo y orondo, sólo pueden ser un intermediario en el negocio frutero, así como el que tiene un palacio, un automóvil lujoso, un velero, un potentado, mientras que “yo soy un pobre del campo, agricultor platanero”. ¿Y qué decir de los olivares de Miguel Hernández, cuyos olivos son fruto del trabajo y el sudor y no del explotador y terrateniente? Si se cierra el campo, desaparecerán los valores que han caracterizado desde siempre a los labriegos.

Hay que arbitrar soluciones ante la emergencia social en la que estamos. Uno no puede meterse en capacidades técnicas, pero algunas personas sí que han sacado datos para poder afirmar que hay empresas con un margen de más del 20% y otras incluso del 50%. Si esto fuera cierto, me parece una barbaridad. Algo tendrían que poder decir en la fijación de precios productores y consumidores, y no sólo las comercializadoras. La venta directa es ya posible gracias a las tecnologías, pero la solución más cara, aunque igualmente de mayor calidad de productos, y permite mantenerse a los agricultores.

¿Hay alguna explicación clara para entender que la agricultura funcione bien y se encuentre en mejores condiciones para ofrecer los mejores productos, mientras que al agricultor, como tal, le vaya tan mal como para no poder vivir del trabajo agrícola? Creo que pasa lo de siempre: que unos se hacen millonarios, mientras los productores directos, que dejan su vida y esfuerzo en el campo, se  arruinan más. Con la crisis económica han crecido los ricos todavía más. Para dar sentido a las desigualdades están las ideologías, según Piketty.

Julián Arroyo Pomeda

Ilustración contra fanatismo



"Escribir en Madrid es llorar" (M. J. de Larra)

P
érez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 10 mayo 1843-Madrid, 4 enero 1920) fue de familia acomodada y conservadora. Su padre le contaba sucesos de la guerra de la Independencia, que él mismo vivió, aficionándole así a los relatos históricos, y su madre tenía un "fuerte carácter", cuyo reflejo verán algunos en Doña Perfecta. Estudió en el colegio de San Agustín de Las Palmas y consiguió el Bachillerato de Artes en La Laguna. Viaja a Madrid en 1862, con 19 años, se matricula en la Universidad para estudiar Derecho y permaneció aquí 58 años.
En Canarias encontraba pocos alicientes para su vida literaria, Madrid tenía teatros, tertulias, cafés, Ateneo, periódicos, revistas y otros sucesos variados. Por calles, y plazas observaba la vida bulliciosa de la abigarrada capital, nos dice en sus Memorias. Empieza formalmente su oficio de escritor con Episodios nacionales. No dejaría ya de escribir hasta su muerte, tanto novelas como artículos, dramas y ensayos.
WWW.rtv.ES
¿Cómo pudo llegar a tanto? Se llamaba a sí mismo "jornalero de las letras" y en este oficio volcó toda su existencia. Como los jornaleros, se levantaba a la salida del sol y escribía incansablemente hasta las 10 de la mañana. Luego daba largos paseos por las calles de Madrid para observar la vida diaria de la gente y sus conversaciones, lo que le proporcionaba detalles precisos para sus novelas. Observaba y se comprometía con la realidad española, que quería transformar. Por la tarde leía a clásicos ingleses, españoles y rusos. Se acostaba pronto y se ganaba el jornal trabajando en su oficio, publicando un centenar de novelas y 30 obras de teatro.

Sin embargo, los sectores más conservadores de la sociedad española de entonces no le perdonaron cosas ajenas a la literatura. Consideraron escandaloso que no fuera creyente ni tuviera fe, pero la tenía, como nos recuerda el hispanista Hayward Keniston: en la democracia, en la justicia, en las verdades eternas, en el ser humano. Claro que esto no bastaba para el tradicionalismo católico.

Además, era anticlerical, por actuar de acuerdo con la razón lo era. La mayoría de los poderes eclesiásticos ejercían el fanatismo. La Iglesia utilizaba al ejército y a los caciques para mantener sus privilegios, al tiempo que rechazaba toda acción crítica. Al cura Nazarín le considerarían un estrafalario  loco de atar. Se revolverían al leer que la sacrosanta propiedad era puro egoísmo y que las cosas son del primero que las necesita. Un pobre desgraciado cura que sólo tiene como objetivo el bien de los demás, soportando nadar en la pobreza, no era digno. Qué pensarían de la misericordiosa Benina, que acepta hasta pedir limosna para ayudar a su señora caída en desgracia. Por cierto, la creación del lenguaje es aquí insuperable (Andrés Trapiello dice que su prosa fluye como el agua de un manantial), especialmente en los diálogos llenos de humor e ironía de gente ínfima y vergonzante, que pide en las iglesias. Son las personas más dignas y valiosas, de las que siempre resalta su carácter espiritual. Electra excitó los ánimos de los obispos que advirtieron que ver la obra era pecado mortal. La acerada crítica impactó sobre la Iglesia y las órdenes religiosas, especialmente los jesuitas.
Sus ideas políticas (fue liberal, laicista, republicano) enervaron al tradicionalismo fanático. La sociedad se transformaría con la educación. "Lo que yo digo: la educación es lo primero, y sin educación, ¿cómo quieren que haya caridad?", dice el ciego Pulido a don Carlos. Construye personajes femeninos vigorosos y apoya la emancipación de la mujer.

Su vida sentimental tampoco era un ejemplo para los conservadores católicos. No se casó, pero disfrutó de los placeres del amor con Lorenza Cobián, Concha Morelia, Pardo Bazán, Carmen Cobeña, Sofía Casanova y otras. Trató el adulterio en Realidad, contó la historia de una prostituta en La desheredada con gran naturalismo y pintó la sociedad española del momento. Se la dedicó "a los maestros de escuela".

Lástima que la cerrazón mental de las capas de mayor influencia social no consideraran y valoraran la epopeya de los Episodios nacionales, cuyo pasado próximo tuvo que analizar para contar lo que pasó en una crónica ingente, mucho más extensa que cualquiera de las epopeyas de otros países, que constituyen el orgullo colectivo nacional. Solo esto habría merecido el Premio Nobel de Literatura que impidieron intereses políticos bastardos y la envidia hispánica.

Su amor a España fue indudable: "¡aún hace brotar lágrimas de mis ojos el amor santo de la patria! Maldigo al escéptico que la niega, y al filósofo corrompido que la confunde con los intereses de un día", según cita R. Narbona. Celebremos el centenario de su fallecimiento y admiremos cómo pudo escribir una obra tan indigente un solo hombre, grande, eso sí, que luchó siempre contra el fanatismo imperante y murió pobre y ciego. Qué mal tratamos a nuestros mejores hombres, es nuestro estigma.

Julián Arroyo