Algunos ya anunciaron, dando la
voz de alerta, que a la humanidad no
la destruirían bombas, tanques, misiles y demás armamento sofisticado de última
generación, sino que caerá por
invasiones de nuevos virus, procedentes
de mutaciones desconocidas. Es una cosa algo misteriosa que no se acaba de
creer, pero de pronto y sin esperarlo sucede alguna catástrofe que nos envuelve
en la peor de las pesadillas.
La epidemia actual es el Covid-19,
que ha producido pánico global. ¿Por qué? Carece de tratamiento y, mientras se
descubre la vacuna adecuada, se va enfrentando con el protocolo de contención,
que no ha funcionado. A partir de aquí se iniciaron protocolos más
contundentes. El más fuerte es confinar un territorio y aislarlo por completo
para evitar la expansión y transmisión. Así
cambió drásticamente el modo de vida de los ciudadanos de Wuhan que
quedaron encerrados en sus casas, en las que introducían, incluso, alimentos los
funcionarios del Estado con la máxima protección para evitar contactos. Los
líderes chinos defienden apasionadamente que este tratamiento resultó efectivo.
Otros proponen no hacer nada y
dejar que se contagie un país entero lo antes posible, porque de este modo, una
vez superado el golpe, todos quedarán
inmunizados. Muchos morirán, pero quienes sobrevivan serán más fuertes con
mayores capacidades para construir una sociedad nueva. Es una especie de
eugenesia global. La solución bien merece el calificativo de locura. En efecto,
tal propuesta es una cosa de locos, que sigue habiendo entre gobernantes
poderosos.
También está la Unión Europea,
obligada a establecer soluciones contundentes igualmente, pero limitadas por su
modelo económico neoliberal, en el
que la riqueza producida se reparte de un modo cada vez más desigual. Las
crisis no molestan, porque se aprovechan para ajustarlo todo mucho más de modo
que la mayoría contribuya a salvar a los grupos selectos, bajo la amenaza de la
explosión del desastre, de manera que los ricos sean cada vez más ricos y más
pobres los que ya eran pobres. El modelo tiene que ser salvado para que su
respuesta sea el crecimiento y la recuperación a base de mayores niveles
contaminantes, degradación del clima y trabajadores expulsados del sistema y condenados
al paro. La consecuencia es el egoísmo universal para apropiarse de todo lo que
se pueda, estableciendo la guerra de todos contra todos (bellum omnium contra omnes) de Hobbes. Solo él Estado social, la vuelta a lo público y lo común, podrá hacer
frente a semejante barbarie de un mundo globalizado contagioso, que produce
desempleados, marginados, empobrecimiento, desahucios y paraísos fiscales para que
los más adinerados puedan ocultar sus capitales bien sustanciosos.
[Penetración del coronavirus en células humanas; www.nationalgeographic.com] |
Puede venir otra gran recesión,
amenaza el capitalismo renovado, introduciendo el pánico entre las clases
productoras que sólo tienen su trabajo para sobrevivir. Los bancos no pueden
caer, ni la bolsa tampoco puede seguir desplomándose. Siempre hay un chivo
expiatorio al que echar las culpas. Habría que pensar si el cambio climático desatado, inducido por un sistema de
producción para el que solo cuentan los máximos beneficios, no influye en la mutación de virus ubicados
en animales para pasar ahora a los humanos. La solidaridad y la dignidad
humana no cotizan en bolsa, no lo olvidemos. En un plan de salud global no
interesa invertir, ¿para qué? Lo que piden los chupasangres es desmochar de vez
en cuando a muchos desgraciados para aclarar el ambiente. De este modo les irá
aún mejor a cuántos ya les va bien.
Mientras tanto, no faltan grandes
mentiras exculpatorias. Una es que tenemos los mejores profesionales sanitarios,
que podrán controlar la epidemia, aunque sea a costa de dejarse la piel en ello.
Es cierto, pero olvidamos que los buenos y experimentados fueron expulsados por
jubilaciones, recortes en plantillas y camas hospitalarias para no reponerlos y
hasta impulsando hospitales privados o privatizando los públicos con internalizaciones
y tantos recursos de ingeniería. Ahora se llama a jubilados recientes y hasta a
estudiantes de medicina de los últimos cursos, cuando muchos han tenido que
salir al extranjero para poder trabajar y vivir. Buen cinismo patrio tenemos.
Quienes antes aplaudieron las privatizaciones
ahora se desgañitan, diciendo que se ha actuado tarde y mal. Siguen sin convocar
a tiempo oposiciones para resolver interinidades y contratos precarios, de modo
vergonzoso e injusto. Eso sí, luego el
Covid-19 para la Pública, porque produce pocos beneficios económicos. Las
empresas se guardan los recursos elementales de protección para que suban los
precios y las farmacéuticas invierten en investigación cuando tienen seguros
los beneficios. Que los virus estaban en animales como los murciélagos y siguen
presentes en otros animales lo sabemos, pero no se hace nada, porque, mientras
estén en ellos, bueno va. ¿Y si mutan? Según León Felipe nos han contado ya
todos los cuentos y los conocemos bien. Y ahora ¿qué?
Julián Arroyo Pomeda