Ayer, El País, publicó una brevísima carta
mía sobre la polémica "irregularidad" cometida en la prueba de
filosofía de las universidades de Madrid.
CARTAS AL
DIRECTOR
Prueba de Filosofía
Estupor y confusión produjo en los profesores ver la prueba de Filosofía en
el examen de selectividad del 9 de junio en Madrid. El texto de Aristóteles de
la opción B era un fragmento del libro primero de Ética nicomáquea, cuando
estaban fijados obligatoriamente por la Coordinación de las Universidades los
libros II y X a comienzos del curso. Tal irregularidad es inaceptable por
injusta y perjudicial para los estudiantes. Debería subsanarse este error para
no perjudicar a los alumnos y cesar inmediatamente a los responsables del
mismo. Los rectores tienen que intervenir para reparar la injusticia, por la
dignidad de las instituciones y antes de que sean corregidos los exámenes. Julián
Arroyo Pomeda.
Hoy, sábado, vuelve a la carga, con un corto en "El Acento" del autor Juan Andrés Rojo, titulado "Aristóteles, los nervios y las ideas fundamentales". El titular, tan periodístico, es un ejemplo de desenfoque y desorientación de la cuestión. Algo de esto se había hecho ya por parte de los lectores que ofrecen un flash de su primera ocurrencia en unas líneas, pero una sección técnica como "El Acento" necesita mayor rigor en el contenido de la información que ofrece.
Con
"Aristóteles" se refiere al fragmento irregular del examen. Con
"los nervios" ironiza acerca de la situación en que se encuentra
cualquiera que tenga que hacer un examen. A las tres Asociaciones que
protestaron les sale con que "el drama no fue a más porque no ha afectado
a las clasificaciones" (sic),
queriendo decir "calificaciones". Y ya está, problema resuelto.
Sin
embargo, el autor toma ahora el rábano por las hojas para plantear lo importante. Dando una larga cambiada,
ofrece su concepción de la educación: los alumnos tienen que aprender a leer y escribir, esto es, a
comprender un texto, captar las ideas fundamentales del mismo y relacionarlas
entre sí.
Pues
bien, que sepa Rojo que esto es lo que hace permanentemente en clase el
profesorado, no sólo de filosofía, también de historia, lengua, literatura y
otras materias. Así que no podríamos estar más de acuerdo con él. Pero lo que
desconoce J. A. Rojo es que la lectura de textos en cada materia tiene
características propias y dificultades técnicas específicas en función de sus
contenidos respectivos. Y enseñar esto requiere tiempo y dedicación, no es tan
fácil como lo presenta, ya que no se trata de una lectura más.
Tampoco
sabe que el modelo de examen forma una
estructura en la que hay un conjunto de cuatro cuestiones relacionadas
entre sí e interdependientes. Ciertamente, no tiene por qué saberlo, pero sí
está obligado a informarse y reflexionar un poco antes de escribir (tan mal).
Aclarémoslo.
La
cuestión 1 pide identificar las ideas fundamentales del texto y su relación. La
cuestión 2 pide explicar cómo se trata el problema del contenido del texto, en
este caso, la moral de Aristóteles. Es decir, que la idea de la moral es la que
se debe desarrollar ahora. De haber sido otro el tema del contenido, sería,
igualmente, otro el asunto a explicar, luego no hay segunda cuestión sin la
primera. La cuestión 3 pide disponer las líneas generales del problema que ha
salido, es decir, de la moral, en este caso, en un autor de otra época. También
aquí la cuestión tres depende de la dos y la uno. Por último, la cuestión 4
pide desarrollar el problema del hombre, que sale en la línea primera del
texto, con un autor o corriente de otra época. Por todo lo dicho, no se puede
lanzar balones fuera, reduciéndolo todo a la primera cuestión, como hace J. A.
Rojo, porque entonces el que pide leer y comprender no ha entendido nada.
Finalmente,
en los textos de filosofía no hay ningún
temario. Se trata de que las universidades establecen unos textos, sacados
de la totalidad de las obras de los filósofos para leer y comentar en las
aulas, que en este caso van de Platón a Ortega y Gasset, porque es imposible
abarcarlos todos en un Curso de tres horas semanales, y, además, innecesario.
Los coordinadores universitarios llevan la lista confeccionada y la "proponen"
al profesorado de bachillerato. Por eso algunos no acuden a las reuniones, ya
que se lo dan todo hecho.
Desde
luego, lo importante, que reclama
Rojo, es haber tomado el culo por las témporas, aprovechando la anécdota para
alertar sobre el sistema educativo
español. Esta es otra historia, que no puede mezclarse sin más y que se
podría discutir mucho más despacio.
Páginas
después, aparece en el periódico otro comentario de Pilar Álvarez, explicando
que las universidades dicen que el error en Selectividad “no ha afectado a las calificaciones
de los estudiantes", por lo que no lo van a revisar. Se apoya en Carlos de
Carlos, delegado del rector de la Autónoma y secretario de uno de los
tribunales de la prueba. Que sepa P. Álvarez que el delegado del rector tiene,
entre otras tareas, la de parar los golpes para que no lleguen al responsable
máximo de la Universidad, que debería intervenir ante cualquier irregularidad.
De Carlos lo lleva bien estudiado, aunque ni los rectores, ni los decanos
deberían conformarse con sus
explicaciones.
Una
es puramente para salir del paso.
Ante la queja, comprueba que las calificaciones han sido similares a las de los
años anteriores, luego el error no ha afectado a los resultados.
La
segunda explicación es de más envergadura y los argumentos de De Carlos
producen sonrojo. La primera pregunta valía 2 puntos sobre 10, lo que la hace
insignificante. Aunque hubiera sido de sólo una décima, tiene su importancia.
Lo más grave es que tampoco el secretario del tribunal se sabe la estructura de
la prueba, por eso se defiende atacando.
Luego
está lo del currículo de la Comunidad de Madrid. Vergüenza e indignación me
produce el argumento de pedir a los alumnos "madurez y conocimientos
generales", leer "de modo comprensivo" y analizar textos
"con rigor". En cerca de cuarenta años de vida activa en la enseñanza
pública nunca he oído a la Universidad manifestarse en estos términos, por lo
que creo que De Carlos procede de otro planeta. Se reconoce el error o la irregularidad, pero no se mueve un dedo por
subsanarlo. Es más, parece que la culpa sea del profesorado de
bachillerato. Es intolerable.
Todo
esto constituye una grave irresponsabilidad y alguien tendría que responder por
ello, junto con el perjuicio que se ha hecho a los estudiantes, a los que les
ha tocado el golpe injusto e inesperado.
Ni
siquiera un gesto para que el
responsable del desaguisado sea retirado de sus responsabilidades. Todos
pagaremos por ello. Primero, la misma universidad; después, el profesorado y el
alumnado, y, finalmente, los ciudadanos y la sociedad. Es este el verdadero drama, que nadie quiere
reconocer. No se podrá decir que las asociaciones denunciantes no lo hayan
hecho con sensata prudencia, aunque siempre serán consideradas unos miserables renacuajos
que osan cuestionar a la Universidad. Qué pena.
Julián
Arroyo Pomeda
Ilustraciones: www.elmundo.es; www.tintaroja.es; www.desmotivaciones.es; www.uniactualidad.es
Ilustraciones: www.elmundo.es; www.tintaroja.es; www.desmotivaciones.es; www.uniactualidad.es