sábado, 23 de noviembre de 2019

Derecho a la educación, libertad de enseñanza y convicciones propias (*)



by Crónica Popular • 23 noviembre, 2019 • 0 Comments
Julián Arroyo Pomeda ||
Catedrático de Filosofía ||

“El abuso del poder es una enfermedad, al parecer incurable, del ser humano y claro que produce desorden” (Salvador de Madariaga).

N
o se puede estar en todo a la vez y, quizás, la portavocía de Celaá en el gobierno haya solapado su manifestación de ideas educativas importantes, que siguen estando en vigor. Su intervención ahora en el quinceavo Congreso de Escuelas Católicas ha perturbado la mente de los dos mil delegados asistentes, al decir en voz alta que “la Constitución no ampara la libre elección de centro”, que es la base de apoyo de la escuela concertada en España. La han oído bien y los murmullos no se han hecho esperar, porque ven peligrar sus privilegios.  

Cuando se discutía la aprobación de la LOGSE un grupo de profesores nos encontramos con un catedrático de la Universidad Carlos III,al que el Ministerio de Educación había convocado para que impartiera una conferencia, ofreciendo sus opiniones sobre la misma. Le preguntamos por su contenido. Nos dijo que hablaría claro, pero que tendrían que oír cosas que podían no gustarles, porque no siempre hay que regalar el oído de quienes llaman para afianzar sus propias ideas. Parece que la ministra ha pensado algo parecido y ha dicho lo que no ha gustado a la audiencia, pero había que decirlo.

La escuela católica ha sabido aprovechar hasta el máximo los resquicios constitucionales, sacando una buena tajada para duplicar los ingresos de los centros concertados en una docena de años, para convertir el derecho de los padres en un pilar ideológico y para alcanzar un 25% más de financiación en la concertada estos diez últimos años, mientras se ha estancado la pública. Les ha ido demasiado bien y están a la que salta por si alguien pretende tocar lo que han alcanzado.
El caso es que el artículo 27 de la Constitución dice lo que dice, sin que quepa interpretarlo a nadie pro domo sua. Proclama el derecho a la educación, reconoce la libertad de enseñanza, garantiza recibir la formación religiosa y moral de acuerdo con las propias convicciones y la creación de centros docentes. No habla de financiar la enseñanza concertada, que fue una concesión de los gobiernos socialistas, precisamente, pero no una obligación basada en un hipotético derecho de los padres. Además, el Tribunal Constitucional estableció en 1981 que “el derecho de los padres a decidir la formación religiosa y moral que sus hijos sean de recibir es distinto del derecho a elegir centro docente”. La ministra tiene toda la razón.

Varias veces hemos comentado algunos con Gómez Llorente acerca de la redacción del artículo 27, en el que participó, y siempre se sorprendía de dónde se había llegado. En aquel momento, nos decía, todos estábamos en la línea de consenso y pensamos que prevalecería el sentido común, pero no ha sido así, se lamentaba.

La actual Ministra de Educación en funciones se ha pronunciado ahora con convencimiento y seguridad en el lugar adecuado: “De ninguna manera se puede decir que el derecho de los padres a escoger la enseñanza religiosa o elegir centro educativo podría ser parte de la libertad de enseñanza que recoge el artículo 27”. Es decir, los padres pueden elegir centro, ideario y formación religiosa, pero sin que tal decisión obligue al Estado a pagar con dinero público lo que es una decisión privada y meramente particular. La promoción de la escuela pública es una de las grandes funciones del Estado. Esta tiene que ser científica, laica, gratuita y democrática. Quien quiera una educación privada tendrá que financiarla con sus propios recursos, que no pueden estar a cargo del Estado, porque esto no emana de la libertad de enseñanza.

Lo de la “demanda social” de la Lomce es rizar el rizo para favorecer exclusivamente a la enseñanza privada concertada. Parece que se puso ad hoc. Se construye una urbanización nueva en la que no hay todavía centros de enseñanza, por ejemplo, y, en virtud de que los padres que allí viven lo demandan, la administración da suelo municipal a una institución, generalmente religiosa, y levanta un colegio, que después se concierta, siendo financiado con dinero público, acogiéndose a la “necesidad social”. Así se viene haciendo en un claro abuso. Podrían haber pensado de otra manera, construyendo un centro público, bien dotado y con calidad educativa para atender las necesidades de esa zona. El coste arquitectónico sería el mismo y el equipo de profesores correría a cargo de la Administración. En cambio, la propiedad sería del Estado y resultaría más económico.

No se trata, pues, de ningún lapsus de la ministra, como sugiere el obispo Argüello, sino de establecer la doctrina constitucional, que se ha relajado vergonzosamente. El Estado aclara las cosas. Lo sorprendente es la queja la Conferencia Episcopal Española, que ha vampirizado todo lo que le interesa. No se puede abusar más, porque, entre otras cosas, no queda bonito. Bien les vendría una pincelada de humildad.

(*) Artículo publicadO en CRÓNICA POPULAR

jueves, 7 de noviembre de 2019

El olvido de los clásicos ha destruido la educación



A
caba de salir un trabajo de R. Moreno Castillo (“Los griegos y nosotros”, ediciones Fórcola) en el que analiza la causa principal de destrucción de la educación. Precede un prólogo muy breve del académico García Gual, en el que resalta el valor educativo de la cultura clásica, que el autor defiende con empeño y vivacidad. Coincide con él en que leer el pasado implica una base para la educación personal.
[www.forcola.es; portada]
Moreno reflexiona sobre algunos de los tópicos más populares acerca de la educación. Empieza por diferenciar la cultura griega de las otras culturas en que los griegos reflexionaron sobre lo que hacían, a lo que denomina filosofía. Esto fue el inicio del pensamiento crítico. Si nos olvidáramos de hacerlo así, regresaríamos a la barbarie. Así ha procedido la LOGSE, potenciando el declive educativo, aunque en esta libro no ofrece argumentos de tal afirmación. Su tesis es que somos griegos y solo desde ellos podremos entendernos nosotros. Conservemos su impronta para progresar. Atenas y Jerusalén conforman nuestra idiosincrasia cultural europea.

Echo de menos que no se ofrezcan razones de contenidos de las dos grandes afirmaciones anteriores, especialmente de la última, aunque comprendo que estamos ante un texto muy breve y no procede probar ahora estas tesis de mucho calado. Las raíces culturales de Europa parecen asentarse en los tres pilares o “productos más gigantescos del espíritu humano”, como escribió Zubiri (Naturaleza, Historia, Dios, al comienzo), de las leyes (Derecho romano) y la organización política, el descubrimiento del saber, la filosofía y la democracia, así como en la espiritualidad liberadora (tradición judeo-cristiana), sin que este orden siga necesariamente estos pasos exactos.

Uno de los tópicos es si en la escuela hay que dar formación o contenidos, aunque se trata de una falsa dicotomía, como la de inteligencia o memoria. Importa trabajar los dos conceptos equilibradamente. Hoy se habla mucho del espíritu crítico y de crear ciudadanos críticos. Para conseguirlo es imprescindible cultura, lectura e instrucción, de lo contrario será solo algo vacío. Formación sin contenidos doctrinales de las materias que se traten carece de sentido. Esto no es ser nostálgicos, sino realistas. Moreno discute el deseo del saber por naturaleza aristotélico y se inclina porque a lo que tendemos es a la supervivencia para lo que producimos saberes adecuados.

Otro tópico es el de libertad o autoridad. Hoy se lleva más lo primero, aunque después, paradójicamente, se quejen muchos de no poder contener a los adolescentes ni a los jóvenes, que hacen lo que les da la gana. El autor cree que la educación es autoritaria necesariamente. Esto, que parece tan drástico, lo muestra poniendo delante a la sociedad, que se encuentra organizada jerárquicamente en todos sus ámbitos. La clase la dirige también el profesor en su aula.

Vivimos ahora una profunda revolución tecnológica, por lo que el pensamiento tiene que inscribirse en esta cultura, aunque esto no signifique dejar al lado toda la cultura. Claro que hay un tiempo-eje y los inicios forman parte del mismo, pero me parece imprescindible abrir la perspectiva. También creo que no necesitamos cargar tanto las tintas sobre la LOGSE, aunque solo sea porque ya no está en vigor, habiendo sido sustituida por una nueva ley. ¿Por qué no consideramos también la actual LOMCE, que lo subordinada todo a lo tecnológico? A la filosofía le ha producido un hachazo considerable, orientando su función al mundo empresarial y organizativo. Propone pruebas de evaluación de opción múltiple, que podría corregir una máquina sin profesor que las valore, porque "la tecnología ha conformado históricamente la educación y la sigue conformando" (Preámbulo, XI).

El autor gana mucho cuando orienta sus reflexiones a propósito generales y pierde cuando se dirige drástica y duramente a pedagogías y psicologías constructivistas concretas. Superar enfrentamientos ideológicos es necesario para moverse en una perspectiva intelectual y debatir equilibradamente. Personalmente pondría el énfasis aquí y olvidaría lo demás. Exponer las propias posiciones es lo importante, sin repetir para que a uno le entiendan. Allá cada uno con sus líneas de trabajo, mientras yo plantee las propias con la documentación más adecuada. Los griegos sí, pero reinterpretados y releídos, como dice García Gual.

Dicho lo anterior, no me pace difícil deducir que no solo el desprecio por la antigüedad destruya la educación. Este es un costado que no voy a negar, pero creo que las causas son mucho más complejas. El humanismo en un sentido muy amplio, que incluye las lenguas clásicas y las modernas, pero también la literatura, la sensibilidad artística, el dibujo, la historia, la filosofía y hasta la educación física conforman a un ser humano completo. Es importante debatir sobre todos estos asuntos y este libro puede impulsar a ello apasionadamente.

Julián Arroyo Pomeda




Elecciones a la vista



"Lo más duro y amargo para el pueblo era la servidumbre". Aristóteles, Constitución de Atenas 2, 3.

Q
ué lejos estamos ya de la primera convocatoria del 78 para la aprobación del referéndum de la Constitución. Hemos cambiado mucho todos, probablemente para peor. Entonces se veían rostros alegres y expresivos, especialmente en los barrios, donde nos conocíamos los vecinos. Sentíamos, en general, que en adelante las cosas empezarían a ser muy distintas. Estrenábamos la democracia, que nos inundaría del poder de la libertad. Estábamos dispuestos a ejercer, igualmente, la correspondiente responsabilidad personal y política. Era ilusionante.
[www.eljueves.com]
En la convocatoria actual de noviembre, sin embargo, las caras parecen mucho más serías y menos espontáneas. Nos saludamos más circunspectos y sin poder evitar la preocupación y la incertidumbre. Vamos con bastante desilusión. ¿Qué podemos hacer los ciudadanos para que nuestros representantes gobiernen? Se amontonan los problemas y las soluciones nos parecen difíciles, echándose encima como si quisieran ahogarnos. Se impone la pesadumbre.

Se oyen voces que aconsejan que no nos prestemos al juego una vez más. Se trata de que se presentan los mismos que nos convocaron hace unos meses y después no fueron capaces de formar gobierno. ¿Antes no lo hicieron, pero ahora sí? La abstención pende en el horizonte bastante tenebroso. ¿Vale la pena molestarse de nuevo? Otras voces dicen que, cuando los ciudadanos son llamados al voto, su deber cívico es acudir a las urnas. Ninguna razón puede desactivar la responsabilidad ciudadana. Necesitamos hablar, lanzando el más claro mensaje a los que se presentan: la política se hace cada vez más imprescindible, no podemos pasar de ella, porque los organismos institucionales de gobierno no dejarán por eso de aplicarnos normas y leyes. Si no participamos, luego no podremos quejarnos. Los gobernantes dependen de nuestros votos.

A pesar de haber cambiado tanto, las elecciones siguen siendo la fiesta mayor de la democracia. Lo fueron antes y lo son también ahora. A una fiesta se va a participar con la mayor alegría posible. Los invitados son siempre importantes, sin ellos no se podría celebrar nada. Nuestros votos deciden quiénes tienen que gobernar, porque son considerados los mejores y más capaces para orientar las dificultades y poner todo su empeño en solucionarlas. Si no lo consiguen, no se puede imponer la frustración: otros habrá dispuestos a someterse a nuestro próximo veredicto. La educación y la cultura democráticas así nos lo dicen. Es un gobierno de seres humanos, no de dioses, que tendrán que someterse a las reglas y a las leyes, haciendo cumplir las mismas a los ciudadanos por igual, dado que han sido legitimados para el gobierno, por lo que no pueden abusar de su poder. Si lo hicieran, serían removidos de dicho gobierno por el mismo pueblo que los eligió y ahora retira su decisión por la gestión desacertada.

La democracia tiene que escuchar, igualmente, la voz de las mujeres y la de los jóvenes. Su participación no puede discutirse, así como el ejercicio de sus derechos sociales, políticos y económicos, especialmente el derecho a la igualdad entre géneros. Los jóvenes parecen escépticos ante el modelo de democracia, pero son ellos precisamente los que tienen más posibilidades y tiempo para conseguir los cambios necesarios. Tomar el relevo les corresponde a los jóvenes inapelablemente por lo que deben trabajar en la construcción de las mejores democracias y hacer que se oiga su voz. Los gobiernos tienen la obligación de impulsar la Educación para la democracia, lo de menos es la denominación que propongamos para ella, pero cada vez parece todavía imprescindible su introducción escolar. Su compromiso y participación es muy necesaria, de lo contrario se impondrá el autoritarismo en el mejor de los casos. Es necesario potenciar las capacidades de la juventud para que se implique en la política. Aquí nos encontramos con expresiones juveniles que se deberían contener, por ejemplo cuando piden que nos les hablen de política, porque no les interesa el tema.  Las elecciones confirman la democracia y la fortalecen. “Una papeleta de voto es más fuerte que una bala de fusil”, dijo Abraham Lincoln.

Votaremos, pues, el 10 de noviembre con normalidad y sin aspavientos, y seleccionaremos a los que consideremos mejores. El pueblo tiene la última palabra, sintiéndose soberano y no siervo. Los gobernantes tendrán que justificar sus acciones ante ellos, porque son los únicos que pueden dar legitimidad al poder. Esto no es ninguna fragilidad, sino la máxima fortaleza que cabe. En este caso hemos de proclamar no a las armas, pero sí a las urnas, ciudadanos. Nada puede sustituirnos. Necesitamos poder decidir como individuos. La política puede ser un buen instrumento para resolver problemas. Participar en el voto es una medida que iguala a todos: mujeres y hombres, ricos y pobres, cultos e incultos.

Julián Arroyo Pomeda


jueves, 24 de octubre de 2019

Sangre y fuego: actos ultraderechistas



E
l pasado 3 de septiembre se celebró la sesión de control de la Comunidad de Madrid. Aquí se enfrentaron la Presidenta y la portavoz de Vox. Monasterio espetó a Ayuso su silencio ante la Memoria Histórica que exhumará a Franco del Valle de los Caídos, haciéndose así cómplice de Sánchez. Ayuso nunca quiere ser menos que Vox y saltó como un resorte, preguntando qué será lo próximo: la Cruz del Valle, la quema de las parroquias del barrio, que arderán como en el 36. Confesó que le espanta la Ley de Memoria Histórica, pero que la Comunidad no puede hacer nada contra la exhumación. Monasterio contestó que, al menos, podrían presentar un recurso por invasión de competencias. Concluyó irónicamente que la cuestión es si lo quieren hacer. Ayuso es incapaz de concebir que las heridas sigan abiertas y sangrantes. Solo podrán cerrarse colocando a cada uno en el lugar que le corresponde en vez de exaltar al mayor responsable. Las fosas comunes de miles de fusilados constituyen una venganza que alguna vez habrá que sacar a la luz por simple justicia para que no siga triunfando el mal sobre el bien.
[www.telemadrid.es]
Al quite salió el vicepresidente Aguado, asegurando que hay que respetar la ley, pero que harán lo posible para que no vuelvan a arder las iglesias en 2019. Qué torpe la respuesta de Aguado, aunque a él le parecerá brillante, claro, pero no lo es en absoluto. La democracia no quemará a nadie, puede estar seguro, solo aplica la fuerza de las leyes a quienes cometen infracciones. El Poder Judicial del Supremo ha hablado y ningún grupo político de ninguna Autonomía puede alegar invasión de competencias, a no ser que quiera caer en el ridículo. Aguado es un liberal, que se presenta siempre como respetuoso con las leyes, pero tan chulo como la Presidenta para impedir que ardan las iglesias. Dios los cría... Y los dos son tan fatuos la una como el otro.

Muchos admiramos a Pérez-Reverte como novelista, pero su trabajo La guerra civil contada a los jóvenes es demasiado condescendiente y, en el fondo, falsea la realidad con sus silencios. Dice que fue un enfrentamiento entre hermanos con lo que da entender que no hay verdugos. ¿Qué neutralidad es esta? Hay que decir con claridad a la gente joven que no fueron todos iguales, ni que la guerra fue inevitable. Unos lanzaron el golpe, mientras otros defendieron la legitimidad vigente, no se puede lanzar la idea de que existió un caldo de cultivo favorable. Indigna leer que enfrentó “al amigo con el amigo, vecino con el vecino, al hermano contra el hermano”. Hay que ser mucho más rigurosos.
Al día siguiente ambos declararon que su intervención fue retórica y figurada, aludiendo a que esto lo había dicho ya Rita Maestre, portavoz con Carmena del Ayuntamiento. Salieron muchas críticas, porque lo habían interpretado mal y hasta sacado de contexto. Creo que se trata de una excusa pobre y que no cuela semejante debilidad. Lo sueltan por si se han olvidado los hechos. Tampoco los negaré yo con tal de que se reconozca que la cuestión de fondo es que la izquierda ganó las elecciones y por no reconocer la legitimidad electoral se dio un golpe militar, que concluyó en la guerra civil, el espanto del siglo XX en España.

Por si se necesitan aclaraciones llega Ortega Smith, secretario general de Vox, y suelta en TVE a Xabier Fortes la más burda mentira, que se debe haber sacado de la manga: las denominadas Trece Rosas torturaron, violaron y asesinaron; en las checas se cometieron crímenes brutales. Qué bárbaro monstruito es Smith, siempre mentiroso y provocador.

La oposición calificó a Díaz Ayuso de irresponsable y frívola. La portavoz Serra recordó que estamos en 2019, no en 1936, cuando hubo un golpe de Estado, que acabó en dictadura y en el asesinato de miles de españoles. Se ve a PP y Vox cada vez más próximos, pero quien marca la pauta es Vox, que continúa presionando. Casado se muestra algo molesto, aunque aclara todo con Ayuso. Rivera y su partido callan.

Con el ambiente caldeado el grupo “España 2000” trató de boicotear la película de Amenábar diciendo que en el film la historia está sesgada, manipulada y con errores históricos. En la membrana del huevo de serpiente se percibe un ser que puede convertir en monstruo: la ultraderecha avanza.
Recuerdo con escalofríos la película de Bergman, El huevo de la serpiente (1977). La sociedad está desanimada, con escasas energías y cierta dosis de agotamiento, deprimida, angustiada y envenenada por el odio. De aquí no puede hacer nada bueno, solo una monumental pesadilla, que, en su caso, fue Hitler y el nazismo alemán, que acabó derrotado al final, pero no hay que relajarse demasiado, porque, como escribió Bertolt Brecht, “la perra de la que nació está en celo otra vez”. Así viene sucediendo en Europa y también en España, cuyo suelo se encuentra infectado de corrupción. El horizonte mundial parece apocalíptico: los dirigentes más poderosos se vengan de los países que no se pliegan a sus dictados.

Julián Arroyo Pomeda

Al Pardo: sic transit gloria mundi



C
uentan los que todavía pueden hacerlo que cuando les devolvían un paquete, que habían mandado a sus familiares presos, ponían en el envoltorio 'salió'. Sabían que los habían fusilado. Eran bien lacónicos los responsables de las cárceles. Pues bien -cosas del imprevisible y cruel destino-, también ahora podría decirse, aplicado a Franco, lo mismo: salió, por fin, del Valle de los Caídos cuatro lustros después. Todo llega, aunque esta vez haya sido demasiado el tiempo de espera.
 
[www.moncloa.com]

Las reacciones no se han hecho esperar. Los más radicales de derechas lo consideran una profanación o una venganza. Además, lo han sacado sin los honores militares correspondientes  a un Jefe del Estado. Los cumplidores de la Memoria Histórica no pueden permitir tener en un mausoleo al dictador, rindiéndole homenaje permanentemente. Los equidistantes dicen que no era necesario después de tanto tiempo gastar ni un euro para exhumarle, porque está bien ahí y forma parte de nuestra historia. Se ha hecho todo lo posible por mantenerlo donde él quiso estar, presidiendo a los caídos en la Cruzada, los demás, los republicanos, están ahí por accidente. Lo llaman reconciliación. El prior de la Basílica ha cedido ante la Iglesia y el Vaticano. Yo no me ocupo de eso, ha dicho Francisco. Puede que haya sido providencial que el papa actual ocupe la cátedra de San Pedro.

En todo caso, semejante reconciliación ha resultado bien peculiar. En el decreto fundacional puede leerse que se construyó "para perpetuar la memoria de los caídos en nuestra Gloriosa Cruzada". Se trata de rogar "por los que cayeron en el camino de Dios y de la patria". Y se repite que será un marco "en que reposen los héroes y mártires de la Cruzada" (BOE 2 de abril de 1940). La reconciliación quiere simbolizarse en su cruz descomunal de 45.000 toneladas de hormigón y 8.000 de hierro. El subterráneo de la Basílica contiene 33.000 cadáveres de ambos bandos, procedentes de fosas comunes. Se emplearon como mano de obra presos políticos, a cambio de reducir la condena, republicanos en contra de la voluntad de sus familias y otros trabajadores a cuenta de un salario, que nunca cobraron.

Empezaron contratando a operarios de las empresas constructoras que se habían distinguido por ayudar al régimen. Pronto vieron que con este personal solo no acabaría nunca el monumento y entonces cuando echaron mano de trabajadores presos en condiciones de semiesclavitud. Una vez terminada la construcción, a Franco, que siempre la siguió muy de cerca, le emociono cómo había quedado y solo indicó al arquitecto Diego Méndez: "Bueno, Méndez, y en su día yo, aquí ¿eh?”. Fue más que suficiente para que el gobierno de entonces, el Ayuntamiento de Madrid y el mismísimo rey Juan Carlos decidieran dónde enterrar a Franco. Carmen Polo quería El Pardo, pero el gobierno de Arias Navarro decidió en tres días cuál sería el lugar idóneo.

El rey no se hizo de rogar y firmó la orden para el prior de la Basílica el 22 de noviembre de 1975 con la solemnidad de la fórmula "Yo, el rey". Parece que le corría prisa para ser coronado, a pesar de que el heredero era su padre, que acabó renunciando a la fuerza por España.

Los familiares no han sabido retirarse a tiempo y enterrar con discreción y elegancia a quien se alzó contra la legitimidad vigente a costa de liquidar a cerca de medio millón de españoles, estableciendo las dos Españas para la posteridad. Todavía blasonan de títulos y grandes propiedades, que les han convertido en millonarios. Por pundonor deberían ser humildes y pedir perdón, devolviendo al pueblo lo que le robaron, pero nada les intimida, porque todavía se consideran revestidos de tanto poder como falta de vergüenza, quizás porque un gran número de franquistas siguen vivos.

El abogado de los Franco garantizará sus derechos, batallando por dignidad y honor. También lo llevará al Tribunal Constitucional. ¿Y qué puede decir dicho tribunal al Supremo que ha juzgado la causa? Parece peregrino que vayan al Constitucional los herederos de la dictadura del abuelo. El Supremo ha desestimado sus argumentos, igual que los del Prior y el juez Yusti.

Yusty Bastarreche aceptó una demanda del informe de arquitectos para maniobrar en una obra menor que no requiere licencia, al ser aprobada por el Gobierno. Mover la lápida tiene riesgos, que puede provocar un accidente y daños a los operarios. ¿En qué país y en qué mundo vive este hombre? Disponemos de tecnología suficiente para retirar una lápida, por pesada que sea, y sacar el ataúd con los restos. ¿Qué dificultad técnica puede haber para levantar la losa con una grúa, por ejemplo, y hacerla rodar con alguna pericia y habilidad? Parecen pequeñas triquiñuelas para incordiar y retrasar todo lo posible el trabajo proyectado.

La democracia exigía exhumar a Franco con urgencia. Se ha hecho, por fin. Ahora se pueden pronunciar los versos del himno: Solvet saeclum in favilla... Descansemos todos, aunque quede tanto por hacer todavía.

Julián Arroyo Pomeda


martes, 15 de octubre de 2019

Un diccionario síntesis del saber



T
odos los seres humanos por naturaleza desean saber, escribió Aristóteles en el libro primero de su Metafísica. La sabiduría de las épocas ha permanecido en un depósito del que alimentarse. En los siglos XVII y XVIII el saber se encontraba en diccionarios y enciclopedias que los interesados buscaban afanosamente. En la última década del siglo XVII el pensador francés Pedro Bayle (1647-1706)  comienza a redactar su obra más conocida, el Diccionario histórico y crítico, que ahora podemos leer en castellano, gracias a Ediciones KRK de Oviedo, que lo ha proyectado en 20 volúmenes, de los que acaba de sacar ahora el segundo.

Del diccionario decía Diderot que todos querían tener un Bayle a cualquier precio. Se vendía mediante suscripción y las ediciones se agotaban. Hasta trece veces se editó, al cuidado del trabajo hercúleo de un solo hombre, que terminó su vida dedicado a tan importante empresa. Bayle sacaban los datos de los libros que devoraba a costa de su propia salud. Dispuso así de una gran erudición, acompañada de su actividad crítica incesante. Más de tres siglos después, por fin tenemos la primera edición íntegra en español.

¿Qué hace singular al diccionario y distinto al resto? Tiene una parte común, una sucinta descripción de datos, hechos y pasajes que informan el lector. Esto es lo que el género exigía. Pero incluso aquí se diferencia, porque revisa y crítica las versiones sesgadas, como la que ofrece el católico Moréri en el suyo. Descubre la historiografía oficial, bastante sectaria, y deshace numerosas leyendas sin fundamentación. Esta es la parte histórica.
Luego viene la parte reflexiva y crítica con aportación de pruebas y discusiones, observaciones, comentarios y muchas notas personales de carácter científico. Discute interpretaciones y pone en evidencia muchísimos errores. Aquí está la parte crítica, que todavía hoy sigue conservando su primigenio interés.

La elaboración espontánea y rigurosa, que no impide ocultar la ironía del autor, consigue provocar, desafiar y atraer al lector, dejando que fluyan pensamientos e ideas nuevas. De este modo va anticipando la próxima modernidad para lo que habrá que enterrar las concepciones tradicionales. El fanatismo, entonces en vigor, no le perdonará que ponga en solfa a predicadores, directores de conciencia, confesores, la conducta de los cristianos, los milagros, la infalibilidad, los prelados y la superstición, entre otros asuntos.

Un ejemplo de su proceder puede ser la entrada David. Allí plantea si David puede ser considerado un santo. Confirmarlo dependerá de los hechos, sus acciones y conducta personal. El relato bíblico le representa dedicado al pastoreo. Venció a Goliat, ofreció el trofeo de la cabeza del gigante a su rey, Saúl, a cuya obediencia se sometió. Su fuerza y valentía hicieron que Saúl temiera ser destronado. David huye para evitar la muerte y la tribu de Judá le proclama rey. El texto sagrado destaca su piedad y santidad con Dios, más ¿también con los hombres? Su fuerte poder, el adulterio con Betsabé y el asesinato de Urías son mezquindades del hombre y tiranía del rey. La figura histórica deja de ser intocable: no todos sus actos son propios de un santo. Pensar lo acontecido es sacarlo a la luz para proceder a su análisis crítico y reconstruirlo mediante una interpretación apoyada en sus raíces. ¿Acaso no será esta una ayuda inestimable para cobrar confianza en la posibilidad de la verdad?

Nosotros tenemos fama de no estar al día en casi nada, pero tardar más de tres siglos en traducirlo al castellano tampoco es común. Habría que preguntarse qué es lo que ha pasado con Bayle. Un primer acontecimiento, que podría explicar algunas cosas, es el hecho de haber estudiado con los jesuitas en Toulouse, siendo hijo de pastor protestante. Poco después abjuró del catolicismo, porque no le pareció mejor que su anterior credo, pues había más violencia y más opresión de conciencia en la religión católica. Así adquirió la condición de relapso por causa de su abjuración. A éstos entonces se los perseguía por infames, apostatas y renegados y eran expulsados de Francia. Se exilió a Ginebra por parecerle un lugar de libertad.

Enseñó Filosofía e Historia en la cátedra de la Academia Protestante de Sedán hasta que fue cerrada por los conflictos religiosos. La puntilla fue la revocación del Edicto de Nantes por Luis XIV en 1685. Desde entonces no cesó la persecución: unos le acusaban de ser hugonote y otros (los suyos) de heterodoxo, ateo y escéptico, lo que le obligó a defenderse con la pluma en escritos considerados muy polémicos. Para salvar su maltrecha economía aceptó la pensión que le ofrecieron para dedicarse plenamente al diccionario. Tolerante e independiente, fue intelectualmente implacable en la instauración de la verdad y en la lucha contra el fanatismo y la superstición. Siempre será un buen momento para leer pausadamente el diccionario de Bayle en la tipografía impecable de la que disponemos.

Julián Arroyo Pomeda



martes, 1 de octubre de 2019

Solo a la razón podemos agarrarnos


[www.plazayvaldes.es]
La Residencia de Estudiantes ha homenajeado a Javier Muguerza con los mejores y más comprometidos filósofos españoles vivos. Emociona el recuerdo, porque acostumbramos a olvidar pronto a nuestras mejores personalidades, por desgracia. Leí las referencias de los periódicos el día 10 de abril. Aquí va ahora mi gota de agua.

Malagueño de ascendencia vasca, nació en 1936, año de infausta memoria, loco y terrorífico. Vivió aquel horror con su abuelo y sus cinco hijos asesinados por milicianos (“Desde el profundo afecto a la memoria de mi padre y el resto de mis familiares injustamente asesinados, tiendo mi mano a todos los afectados por el injusto asesinato de los suyos”, escribió años después). Este fanatismo cainita llevaría a Muguerza a la tolerancia y el diálogo durante toda su vida, unida siempre a su pensamiento. Por movilizarse contra el régimen la policía franquista lo detuvo y condujo a la cárcel de Carabanchel, pero le indultaron con motivo de la elección del Papa Juan XXIII. ¡Qué sarcasmo para un increyente como Muguerza! ¡Qué cruel e inconsciente es la historia!

Le dirigió la tesis doctoral González Álvarez, catedrático conservador de la Complutense, serio, riguroso y competente, que se atrevió con Frege y el pensamiento contemporáneo, aunque se doctoró con "El tema de Dios en la filosofía existencial", y alcanzó pronto la cátedra, que le retiraron a Ortega y Gasset, de Metafísica (Ontología y Teodicea). Parece increíble que pudieran entenderse los dos. Después, los pensadores más disidentes y contestatarios seguirían a Muguerza que dirigió más de 25 tesis doctorales.

Muguerza fue elaborando a lo largo de su trayectoria profesional un pensamiento caracterizado por su dinamismo y evolución. Lo hacía así porque estaba siempre atento a las cuestiones problemáticas nuevas que se iban planteando, pero todo pilotaba en torno a la ética y la razón, a la utopía y al disenso, como se ha propuesto. La obra de Muguerza es un pensamiento moral y político, que no renuncia a la razón, precisamente por ser consciente de su devaluación desde la Modernidad. La razón sin esperanza sorprendía en su cabecera con un texto breve: "¿Puede la ética esperar algo todavía de la razón? He aquí una pregunta que rehúyen las filosofías morales instaladas en un fácil racionalismo triunfalista o rendidas sin más a la desesperanza de la sinrazón; una pregunta que este libro intenta, por su parte, reformular más bien que responder".

La utopía era un concepto moral: no es el ser, los hechos, lo que importa, sino el ‘deber ser’. Tampoco en el consenso se toman las decisiones morales, sino en el disenso, porque la decisión mayoritaria puede ser injusta. Me parece que los cuatro conceptos, en el fondo, forman un centro y pueden reducirse a uno solo. Filosofaba al modo socrático, mediante el diálogo y el debate. El estilo de escritura era muy claro y con letra grande. En un encuentro en la Carlos III apareció con un gran taco de folios que miramos inquietos. Informó que expondría el tema en cuarenta minutos y que nadie se asustara del paquete de folios, porque su letra grande solo permitía seis líneas por carilla.

En La Laguna debió causar una gran impresión. Los alumnos admiraban al maestro, que no retrocedía ante nada. Muchos sufrirían una conmoción, cuando encabezaba manifestaciones en Tenerife para pedir la creación de la Facultad de Filosofía en esa universidad, o apoyando a los estudiantes encerrados en el Aula Magna para lo mismo. Nunca habían visto actividades semejantes, pero lo consiguió. En mi primera visita a la Universidad manifesté a un profesor el privilegio de contar allí con Muguerza. Me dijo que también llevaba a la gente al Partido. Le pregunté que si llevaba alumnos al fútbol y él me dijo que no me lo explicaría porque sabía de sobra lo que quería decir. Había quien le consideraba un revolucionario y lo era, en efecto.

Nos ha dejado. Heráclito escribió que “a los hombres, tras la muerte, les aguardan cosas que ni esperan ni imaginan”. Seguro que Muguerza había leído este pensamiento.

Las cosas surgen de la necesidad. Entre nosotros, en los 70 las facultades de filosofía de las universidades españolas ejercitaban la escolástica oficial hegemónica, dogmática y sectaria con el tomismo y algunos toques de neotomismo. Esto resultaba insoportable (Lledó ha escrito que ante tal panorama se moría de aburrimiento y de tristeza) y se hacía imprescindible entrar en la filosofía analítica, en la filosofía crítica frankfurtiana y las corrientes políticas y éticas europeas, que refrescarían y estimularían el ambiente intelectual. Muguerza lo vio: había que modernizar la filosofía española y ponerla a la altura de la europea, sin olvidar corrientes del marxismo. Fue muy valiente, porque esto rompía de raíz con nuestras tradiciones ancestrales, pero lo consiguió mediante el empleo crítico de la razón. No quedaba otro asidero que la razón con esperanza, sin esperanza y contra toda esperanza.

Julián Arroyo Pomeda