La Conferencia Episcopal española se encargó de abrir
el campo de batalla con virulencia, bajo la excusa de orar por España. Dicen
que no pretenden orientar el voto de los cristianos, aunque sea evidente que sí
lo hacen. Se pueden consolar rezando, pero el caso es que Dios no los ha hecho
caso por el momento. A ver si va a resultar que la divinidad se encuentra harta
de las manipulaciones que hacen con su imagen altas instituciones
eclesiásticas.
¿Por qué piden oraciones especiales y exigen estar
alerta? Porque la situación es crítica en nuestro país. Y lo
es porque ya está conformado un gobierno de izquierda, o, como lo llama con
beligerancia el cardenal Cañizares, de socialistas y socialcomunistas. Este
hecho produce conmoción, gran temor y preocupación grande, junto con una
situación patológica. Lo que se aproxima es un cambio cultural que origina “una
crisis humana honda”, cree Cañizares. ¿En qué consiste tal crisis? Se trata de
crear un pensamiento único, que diseñe una concepción del ser humano en la que
se incluya la eutanasia, nuevos derechos, ideología de género, feminismo
radical, memoria histórica para fomentar el odio, destruir el sentido de la
vida y los valores universales, el matrimonio y las familias. En una palabra, acabar
con la identidad propia. Es una emergencia que requiere una “sanación
urgente”. Así se expresa el cardenal.
Todo esto sucederá pronto, el tiempo está próximo.
Sólo queda que vengan los siete ángeles con sus trompetas para anunciarlo
solemnemente, la situación se merece. Previamente, se habrán abierto los siete
sellos de la tradición. Por fin, el cardenal Cañizares ha ofrecido su
revelación o apocalipsis personal.
¿A qué ha venido esta carta semanal del cardenal
arzobispo de Valencia y vicepresidente de la cúpula episcopal? Reflexionemos
también nosotros un poco como hace su eminencia. Lo dice claramente en la
primera línea: “El anuncio y conocimiento de un ‘preacuerdo’ entre socialistas
y social comunistas”. Es decir, que va a gobernar la izquierda, los rojos
ateos, y el horizonte se ha cubierto de nubes y se
presenta incierto. Si hubiera ganado la derecha católica, el panorama
habría sido de tranquilidad, paz, concordia, convivencia y progreso,
manteniendo los privilegios de la Iglesia y el confort episcopal.
Parece increíble que todavía se hagan semejantes
caricaturas, propias de la época medieval y de un príncipe eclesiástico. Al
papa Francisco no le allanan el camino para visitar España. Es que no quiere
venir y no me extraña. Con esta terquedad cavernícola se pierde el tiempo,
permanecen encerrados en su propia torre.
Lo preocupante es que escribir así degrada y
devalúa la realidad política ante la opinión pública. Al parecer, los
políticos son incapaces de diseñar el futuro, ¿quién deberá hacerlo entonces?
Menospreciar la política es poner en peligro la sociedad. La política abarca
todos los ámbitos de la vida: educación, familia, economía, ecología, cultura,
sanidad, protección social, justicia, vida democrática, hasta lo religioso en
sus distintas expresiones. Están lejos los tiempos en que quien fue obispo de
Segovia, Antonio Palenzuela, del que dice Cañizares que fue su maestro, se
atrevió a plantear abiertamente en un pequeño libro lo que piensa la Iglesia
sobre la política. Le vendría bien releerlo ahora a nuestro cardenal.
Creo que
todavía podría enseñarle muchas cosas y nuevos enfoques
Haría bien la Conferencia Episcopal si se planteara
las crecientes desigualdades sociales, que son igualmente un hecho sangrante.
También podría pensar en el desafío que plantea en la actualidad el bien común
universal, que sólo podrá resolver una autoridad universal que ejerza sobre
toda la tierra, como escribió Juan XXIII. Igualmente, los desafíos culturales
para que progresen las ciencias, la sanidad y la educación. O el desafío moral
para que los seres humanos evolucionen y construyen un mundo más humano y
libre.
Hay que aprender a vivir juntos en democracia,
respetando sus principios y reglas en lugar de incitar a enfrentamientos
permanentes, sembrando cizaña por doquier. Esto también es cristiano. Los
privilegios destrozan la convivencia. Las inmatriculaciones en hombre de la
Iglesia y sus consecuencias nefastas tienen que someterse a un análisis
profundo, en lugar de defender los intereses puramente propios. Los refugiados
y sus devoluciones, los pobres, el machismo criminal, las pensiones dignas, el
racismo y la xenofobia, el odio al contrario, el cambio climático, la
corrupción, etcétera, de todo esto habla muy poco la cúpula episcopal. Quizás
no quiere meterse en política, como ya nos recomendaron en otros tiempos, pero
esto no es aceptable, porque lo que se necesita es rehabilitar la política. La
Iglesia también está obligada a vertebrar la vida social en todo lo posible,
construyendo tejido humano. Reivindicar todo esto sí que sería dar un buen
ejemplo, pero sólo con rezar no se arreglan las cosas, si acaso la mala
conciencia y el alma perdida.
Julián Arroyo Pomeda